Como en cualquier otra relación,
los aprovechamientos del
castañero se optimizaron y
estandarizaron con el tiempo y de un
cultivo secundario como recurso económico,
el castañar pasó a formar parte
de la cultura y de la vida social de la
gente hasta hace apenas treinta años.
Desde los años setenta, la diversificación
y especialización de las actividades
económicas ha supuesto un desarrollo
económico de la zona y la explotación
del castañero se ha visto desplazada
hacia un abandono progresivo. Afortunadamente
el conocimiento tradicional
sobre el recurso y la importancia
social y cultural de estos árboles se
mantiene gracias a las personas mayores
que los conocieron íntimamente en
su época de esplendor.
Cuando en el verano del año pasado
empezamos a trabajar para recoger
la memoria colectiva del castaño en
Acentejo a través de metodologías participativas
de Diagnóstico Rural Participativo
(DRP), nuestro objetivo final
era lograr difundir esa memoria entre
la población joven de la Comunidad y
entre las personas del resto de la Isla,
a fin de que se produzca una toma
de conciencia colectiva acerca de la
importancia histórica de este recurso
y de la urgencia de su revalorización.
Este artículo sirve a ese objetivo y su
contenido es el resultado del trabajo de
más de cien personas de zonas como La
Corujera en Santa Úrsula, La Resbala,
San Antonio, San Juan y otros puntos
de La Victoria, de la Vica, El Pirul y San
Antonio en La Matanza de Acentejo, de
Ravelo en El Sauzal y de Agua García
en Tacoronte; personas que se resisten a
dejar que ese paisaje se asilvestre.
Los castañeros en Acentejo se encuentran
localizados entre los 700 y los 1100
metros de altitud, lindando en la parte
más alta con primera línea de monte. De
este a oeste aparece formando un paisaje
continuo desde el Barranco El Pino,
límite de Santa Úrsula con La Orotava,
hasta el parque recreativo Las Calderetas,
en el municipio de El Sauzal. A
partir de este punto hay bolsas dispersas
de árboles por el municipio de Tacoronte.
Dentro de esta especie de banda
longitudinal más poblada podemos distinguir
también tres zonas que a modo
de franjas tienen características diferentes.
Una franja en las latitudes más bajas
donde los castañeros aparecen entre
árboles frutales de pepita y asociados a
otros cultivos, fundamentalmente papa;
esta primera franja suele tener su límite
superior a lo largo del Canal de Aguas
del Norte que atraviesa toda la Comarca.
La franja intermedia, inmediatamente
superior al Canal, tiene una población
de castaños mucho más densa; conseguir
otros cultivos en ella resulta difícil por
las condiciones de humedad y altitud. Y
por último, encontramos una franja con
características casi de monte donde los
castañeros comparten suelo con hayas,
brezos, laureles, helechos y en algunos
casos hasta con pinos, madroños y eucaliptos
como ocurre en Santa Úrsula y
en zonas de La Victoria de Acentejo.
Mientras hubo una economía agraria
de subsistencia en Acentejo, las castañas
complementaron las dietas de la gente
entre los meses de octubre a diciembre
y, además, ayudaban a la economía
familiar. Del intercambio de castañas
se obtenía alimentos que no se producían
en la zona (cebollas, ajos, pescado
salado y fresco, cestas y cestos y
otros productos artesanos) a través de
un trueque que obligaba a las mujeres
a realizar largos desplazamientos sorteando
traspiés en el camino, cargas
con castañas a la ida y con otros productos
a la vuelta, iban desde los distintos
municipios de Acentejo a La Punta
del Hidalgo, a San José, al Amparo y
otros lugares. De la venta de castañas
conseguían dinero con el que pagar
otras cosas necesarias para la casa o ropa
para los niños, los libros del curso o
los regalos de Reyes o bien para cubrir
algún otro gasto “Mi madre decía que
el dinero de las castañas había que
guardarlo para pagar la contribución”,
nos contaba una señora en La Resbala,
La Victoria. Del árbol se obtenía
madera que se usaba en la construcción
de casas, para hacer muebles, para la
cestería, para la construcción de barcos
y muchas otras cosas. A todo lo que
daba el árbol se le sacaba rendimiento,
incluso a las ramas secas que aprovechaban
como leña, las hojas secas para
la cama de los animales y las frutas muy
chicas como comida de los mismos.
Durante las décadas de los 60 - 70 se
produjo una diversificación de las actividades
económicas vinculadas al desarrollo
del sector turístico en el Puerto
de La Cruz, al desarrollo de la actividad
portuaria en Santa Cruz y a la llegada
del dinero enviado por los emigrantes
a Venezuela. Ese cambio en Acentejo
supuso el abandono de la actividad agrícola
a tiempo completo y un cambio en
el estilo de vida de la gente.
El óptimo
cuidado del castañero requiere tareas que
resultaban rentables en esa economía de
subsistencia, pero que a medida que se
abandona el campo y que los intermediarios
se convierten en necesarios, pierden
rentabilidad, lo que contribuye a que
las zonas no se cuiden suficientemente
y que algunos árboles aparezcan cubiertos
de maleza. Sin embargo allí donde los
árboles están en los bordes de las huertas
de papas o de viña, se encuentran
mucho más cuidados y hermosos. Si bien
los usos gastronómicos tradicionales de la
castaña son muy variados, comerlas tostadas,
cocinadas o en potaje sigue siendo
habitual. Es muy popular acompañar las
castañas con los vinos nuevos y antes era
un fruto seco presente en muchas fiestas
y celebraciones. Se empezaban a usar el
Día de Todos los Santos, eran imprescindibles
en San Andrés; en Pascuas se
comían castañas como una golosina de
las fiestas o se regalaban a los niños junto
a una naranja u otra fruta. En Carnavales
se comían las últimas castañas secas y
ahumadas que quedaban en los rosarios.
Ahora la situación ha cambiado, tanto
porque hay acceso a otros muchos productos
como porque la forma de divertirse
también ha cambiado. A pesar de
esto, en ciertas tradiciones, como la celebración
de San Andrés el 30 de noviembre
cuando se abren las bodegas, se siguen
usando castañas. Esta asociación de castañas
con vinos nuevos es muy característica
y constituye una de las exquisiteces
populares más singulares de la zona.
Durante el trabajo realizado en la primera
fase del Diagnóstico Rural Participativo
para recuperar la memoria colectiva vinculada
al castaño, descubrimos que las
personas mayores de Acentejo añoran
ver el castañar cuidado. Consideran que
es un cultivo que se mantuvo atendido
debido a la escasez de otros tiempos pero
que, aunque económicamente no tengan
la misma relevancia en estos momentos,
sería necesario tomar las medidas pertinentes
para mantener los castañeros.
Muchas personas esbozaron posibles soluciones
vinculadas a actuaciones que se
podrían llevar a cabo desde la administración.
En estos momentos estamos
trabajando con los/as propietarios/as y
productores/as de la zona la segunda fase
del DRP centrada en el diagnóstico de
la situación actual y el análisis de problemas
con el fin de consensuar cuáles son
las necesidades inminentes para la recuperación
y mantenimiento del cultivo,
puesto que, desde el punto de vista de
todas las administraciones implicadas y
de la gente con la que hemos trabajado,
el castañar es un patrimonio que hemos
heredado de las generaciones actuales y
pasadas y que debe ser apreciado por las
próximas porque son el fruto de siglos
de trabajo, esfuerzo y adaptación de la
naturaleza.