Rincones del Atlántico

Los beneficios del consumo eco-lógico

Paloma García-Pando
Ingeniera Agrónoma

¿Conoce a muchas personas que únicamente consuman alimentos ecológicos?

Si la respuesta es afirmativa, ¡enhorabuena! Pero, probablemente no lo sea. Las razones de este escaso consumo son muy variadas. No se encuentran en los establecimientos habituales donde compramos y en aquellos donde los venden la oferta es escasa, estacional y en general resultan más caros que los convencionales.

Si realizamos la prueba de preguntar a las personas que nos atienden al comprar, o a los encargados de los supermercados, nos encontramos con una ignorancia generalizada de lo que el término “ecológico” significa.

Un producto “ecológico”, según la legislación actual, es aquel que ha sido producido o procesado sin fertilizantes ni plaguicidas ni auxiliares tecnológicos químicos de síntesis.

Canarias, siendo la Comunidad Autónoma con mayor proporción de fincas dedicadas a la agricultura ecológica, tanto en el Archipiélago como en el resto del país, tiene un consumo interno claramente inferior a sus niveles de producción. Cerca del 90% se exporta a los países del centro y norte de Europa que son los principales destinatarios de los alimentos ecológicos canarios.

Es cierto que este método de cultivo y los beneficios para la salud y el medio ambiente son más conocidos en Canarias que en el resto del Estado. No en vano, la influencia de tantas nacionalidades que conviven en un espacio tan fértil y privilegiado, ha dejado un poso cultural que se manifiesta día a día en múltiples facetas.

Actualmente, la situación de la agricultura en general, y de la canaria en particular, es muy delicada. Por un lado, en Europa, el consumidor siente que los agricultores son los niños mimados de los presupuestos públicos, con gran parte de culpa en los procesos de degradación medioambiental; por otro lado, el agricultor se da cuenta de que está supeditado a los dictados de los políticos que juegan con las subvenciones. Es interesante resaltar que más del 40% de los ingresos de los productores agrarios europeos procede de las subvenciones. El agricultor está desorientado. No tiene ilusión por la continuidad de su actividad. ¿Cuántos padres realistas aconsejan a sus hijos que no trabajen en el campo? La mayoría, por desgracia. Sin embargo, la opción de la construcción no es viable para todo el territorio. El turismo también desea conocer el paisaje y costumbres que maravillaron a Humboldt y a tantos otros.

El panorama mundial no es más alentador. La mano de obra barata es un factor esencial en la producción agraria. En este sentido, los actuales acuerdos comerciales, en especial la Organización Mundial de Comercio (OMC) instan a la especialización regional de las producciones. La carne se produce mayoritariamente en Brasil o China, los cereales son coto cerrado para los EEUU, el algodón está reservado para la India y los plátanos para Costa Rica y Ecuador. Esta situación es claramente perjudicial para las economías locales y, sobre todo, para los consumidores. La agricultura europea es usada como moneda de cambio en la OMC. Los aranceles del acero para las industrias europeas son más baratos si aceptamos comprar el maiz y la soja transgénica norteamericana, cosa que en España llevamos haciendo desde 1998. Esto es sólo un pequeño ejemplo... Recordemos que no ha sido siempre así. La agricultura se excluyó expresamente del GATT en los acuerdos comerciales anteriores a la Ronda Tokio (1973-79). Hasta entonces, tanto europeos como norteamericanos, los dos gigantes agrícolas del momento, afirmaban rotundamente que “con la comida no se juega”...

En teoría, Europa tiene unas normas de calidad estrictas, sin embargo, en la práctica, los controles sanitarios en las fronteras son escasos y selectivos, lo que supone un claro riesgo para la salud y para los cultivos autóctonos. Hay que tener en cuenta que en determinados países del tercer mundo, aún se utiliza el DDT en la agricultura.

En nuestro paraíso desarrollista, el endosulfán, un derivado del DDT, aún no ha sido prohibido, a pesar de haberse constatado la relación directa de esta sustancia con tumores y malformaciones hormonales. La moratoria europea para comercializar nuevas variedades transgénicas está expirando. Se arguye que la “trazabilidad” y el “correcto etiquetado” son garantías suficientes para evitar efectos no deseados como la aparición de resistencias a antibióticos, alergias o recombinaciones genéticas inesperadas, pero la realidad es que en España, desde 1998, comemos carne y huevos procedentes de animales alimentados con piensos transgénicos sin saberlo y, la ley no prevé que nos informen. Aún no hemos mutado, es verdad, pero las vacas locas aparecieron tras treinta años de pienso con harinas cárnicas. ¿Quizás no estamos teniendo en cuenta el imprescindible principio de precaución científico? Por otro lado, los estudios que se ofrecen al público son parciales, realizados por las mismas empresas que promueven los transgénicos o por universidades con cátedras que reciben financiación de estas mismas empresas.

Canarias, y Tenerife en concreto, por ser la isla con mayor dedicación a la agricultura, posee el índice más alto de toda España en cuanto a uso de sustancias cancerígenas en la producción de frutas y hortalizas. La tasa de cáncer en el Archipiélago es también la mayor de todo el país.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La “Revolución Verde” cambió el panorama agrario continental a partir de los años 50 del siglo XX. Las técnicas del monocultivo y el uso indiscriminado de fertilizantes y fitosanitarios proporcionaron un incremento notable de los rendimientos de las tierras de cultivo. Se dijo que Europa nunca más volvería a pasar hambre. La solución, a priori, era perfecta y contentaba no sólo a los agricultores. Las industrias bélicas se reconvirtieron y pasaron a ser los nuevos proveedores del campo: el nitrógeno, fósforo y potasio antes usados en la fabricación de municiones, ahora servían como abono para las futuras cosechas. Muchas sustancias químicas organocloradas y organofosforadas con efectos hormonales como el DDT, descubierto en los años 40, resultaron muy eficientes para acabar con las plagas. Salvo excepciones, la agricultura tradicional basada en el autoconsumo, la rotación de cultivos, el reempleo del grano como semilla y el estiércol del ganado como fertilizante, desapareció. El agricultor dejó de ser el actor principal en la provisión de alimentos para convertirse en un mero trámite entre el creciente consumo de fitosanitarios, abonos o piensos compuestos y la industria de la distribución, el otro gran beneficiado de este modelo agrícola.

Pero el nirvana no se alcanzó. En menos de veinte años, a principios de los 70, los países más evolucionados comenzaron a notar que sus suelos perdían vida, ya no obtenían los mismos rendimientos que antaño aunque las semillas fueran mejoradas. Las plagas eran cada vez más resistentes a pesar del creciente aporte de pesticidas y herbicidas, los excedentes de cereales, leche o vino suponían un incómodo gasto para los presupuestos públicos que subvencionaban las producciones. Y, por si fuera poco, la crisis del petróleo de 1972 hizo que se dispararan los precios internacionales de los alimentos básicos, encareciéndose significativamente para los consumidores. Al mismo tiempo, miles de agricultores se arruinaban y debían emigrar a las ciudades al ser mucho mayor la subida emigrar a las ciudades al ser mucho mayor la subida de los costes de cultivo que la de la renta de sus cosechas. Pero la rueda de la agricultura industrial debía seguir girando...

En Occidente, la degradación ambiental, pérdida de biodiversidad, erosión, contaminación de aguas y suelos ha sido evidente. Los ciudadanos reclaman políticas de mejora del medio ambiente, de desarrollo sostenible y de calidad en los alimentos. Es curioso constatar que cuanto mayor es el nivel de desarrollo o de renta de un país, mayores problemas medioambientales tiene. De ahí que sus residentes exijan un mayor control de las actividades contaminantes. Por ejemplo, las evaluaciones de impacto ambiental obligatorias para cualquier infraestructura son mucho más costosas y discutidas en Alemania que en España. Muchos conjuntos residenciales insulares habitados por ciudadanos del norte de Europa no habrían podido ser construidos en sus países de origen por no cumplir adecuadamente la normativa. En Alemania o en Francia ya no se construyen más centrales nucleares: estas se ponen en marcha en Marruecos con capital europeo. Nuestros vecinos del norte tratan de conservar la poca naturaleza que les queda. En nuestro país, desgraciadamente, las autoridades aún piensan que la gallina de los huevos de oro del turismo va a seguir funcionando cuando sólo sean atractivos los “resorts”. Por si acaso, ya se van desviando capitales locales hacia otras zonas menos “desarrolladas” y que no preguntan por el impacto ambiental futuro, léase Madeira o Cabo Verde... ¿Queremos un turismo de masas o queremos un turismo de calidad que pueda compartir con nosotros las maravillas naturales que aún tenemos?

El paisaje agrario es básico como atractivo turístico. Puede, además, mantener dignamente a las familias que lo trabajan. Y en el caso de la agricultura ecológica ¡puede ser beneficioso para la salud, para los suelos, para los animales!

La opción ecológica

La agricultura ecológica supone un paso adelante en la mejora de los hábitos de producción y consumo. Permite combinar los conocimientos tradicionales de los agricultores con los avances científicos. En este sentido, es necesario mencionar que Canarias es actualmente un banco de pruebas mundial para técnicas innovadoras en la producción de alimentos de calidad. Investigadores de todo el mundo vienen a este archipiélago a ensayar resultados, desde Israel hasta Nueva Zelanda (donde se ubica, por cierto, la mayor superficie de pino canario del mundo), pasando por EEUU y Alemania, Holanda o Austria. Ejemplos como el compostaje con control microbiano de los investigadores austríacos Lübke (obtención de abono orgánico de calidad) aún son desconocidos en la Península, mientras que el sur de Tenerife cuenta ya con un ayuntamiento dispuesto a cofinanciar la instalación de una planta de compostaje. O el uso de minerales “informados” que mejoran las estructuras moleculares y, en definitiva, la calidad de los productos. Otro ejemplo son las técnicas de mejora de calidad de aguas mediante magnetismo o bien por “transmisión de información a las moléculas través de láser” que ya se están utilizando en la agricultura intensiva del sureste peninsular.

¿Por qué no se investigan nuevas tecnologías no contaminantes en agricultura? La respuesta es simple, aunque resulte tópica. Las multinacionales, a través de sus grupos de presión, hacen todo lo posible para no tener que modificar demasiado sus estructuras de producción. El beneficio a corto plazo se impone. También condicionan la difusión de resultados de investigación, ya que las magnitudes con que se miden las nuevas técnicas no están en muchos casos “normalizadas”. ¿Cómo explicar qué es un agua “informada” o un compost equilibrado microbiológicamente? Sin embargo, los resultados son evidentes, en ecológico o en convencional, la leche tiene menos bacilos, las plantas crecen más sanas y los alimentos son más sabrosos.

Los productos ecológicos son de mejor calidad. Son más saludables, contienen mayor cantidad de principios nutritivos y se producen con técnicas respetuosas con el medio ambiente. El contenido en proteína del trigo ecológico es mayor que el de su homólogo convencional1. Estudios realizados con cítricos muestran que variedades ecológicas presentan mayores niveles de vitamina C y en contenido de sólidos solubles, lo cual potencia su sabor2. La conservación de los alimentos ecológicos es también mejor que la de los convencionales3. No es extraño: un producto más sano, envejece más tarde, igual que las personas.

En cuanto a los precios, informes demuestran que la producción ecológica de hortalizas resulta sólo un 10% más cara que la convencional4. Está comprobado que el consumidor informado está dispuesto a pagar este coste añadido. El problema surge cuando la distribución de pequeñas cantidades de producto ecológico dispara los precios. El consumidor percibe que el producto ecológico es un “lujo”, más que una necesidad. Este hecho disminuye la demanda, que a su vez condiciona la oferta, reduciéndola. Es un círculo vicioso del cual se puede salir fácilmente.

¿Cuál es la solución?

Los consumidores tenemos la clave: Debemos exigir información sobre los efectos para la salud y el medio ambiente de los métodos de producción de alimentos. No podemos conformarnos con las escasas alusiones a la pérdida de variedades locales, con el casi nulo asesoramiento de los agricultores, que han perdido la memoria histórica y luchan por sobrevivir vapuleados por las condiciones de un mercado que no tiene en cuenta los costes a largo plazo de un planeta contaminado y de una población cada vez con más enfermedades derivadas en gran parte de la baja calidad de sus alimentos.

Al mismo tiempo, las iniciativas públicas deben ir en consonancia con estas demandas sociales: el recientemente presentado Plan Estratégico nacional de Agricultura Ecológica, y los distintos planes regionales tienen que tener cabida en los presupuestos públicos. El Plan prevé iniciativas para el fomento de producciones agrícolas y ganaderas ecológicas, así como de sus industrias de transformación; mejora de los circuitos de comercialización, eterno escollo de este sector hasta ahora minoritario; promoción de sus productos; formación del sector; potenciación de controles; fomento de la I+D (investigación en líneas de trabajo ecológicas) y vertebración del sector. La vigencia del presupuesto abarca desde el 2004 hasta el 2006. Estamos ya en el segundo semestre del año 2004, y aún no hay noticias de que este plan se vaya a poner en marcha. ¿Se perderán los 56,5 millones de euros con que está dotado?

Es una vergüenza que se desperdicien recursos humanos y materiales como los del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias, que bien podrían participar en esta labor registrando y reproduciendo variedades locales de semillas ecológicas que los agricultores necesitan. Hoy por hoy estas semillas tienen que comprarse en Holanda, Francia o Alemania. Una incongruencia más.

Iniciativas como el recién creado Foro de Agricultura Ecológica canario, la implantación de una asignatura de Agricultura Ecológica en la Universidad de La Laguna o el Seminario Permanente de Agricultura Ecológica de los alumnos de Agrícolas muestran la gran sensibilidad de científicos y técnicos hacia el tema. Todos ellos tienen un gran mérito, ya que el apoyo institucional es muy reducido.

Canarias tiene masa crítica suficiente como para ser la abanderada de los productos agrícolas de calidad. El medio físico canario y sus peculiaridades hacen que la crisis de la agricultura industrial se perciba por los productores locales como una oportunidad de cambio. Ellos están dispuestos a mejorar sus técnicas si se les demuestra que otra agricultura es posible. Los consumidores debemos apoyarlos haciendo rentables sus esfuerzos.

El Consejo Regulador de la Producción Ecológica de Canarias dispone de puntos de venta de productos ecológicos controlados, tanto en mercados del agricultor, municipales o a pie de finca. Están ampliamente repartidos por toda la geografía insular.

Los beneficios del consumo ecológico se reflejan en la salud, el medio ambiente, el paisaje y las economías de muchas familias que desean vivir dignamente de una actividad básica para la humanidad. Como dice el lema de los ingenieros agrónomos: Sin agricultura, nada.

Información: ICCA (Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria)


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