Rincones del Atlántico

La flora endémica de Cabo Verde
un tesoro a conservar

Textos y Fotos: Rubén Barone Tosco
Naturalista


Esa mañana hacía algo de frío en las cumbres de la isla de Santo Antão. Era el 15 de abril de 1999. Nos dirigíamos hacia el famoso valle de Paúl, pasando primero por la impresionante caldera de Cova. Tras doblar una curva muy marcada en la divisoria existente entre esta caldera y la cabecera del mencionado valle, nuestros ojos parecían no dar crédito al contemplar la rica flora autóctona que nos esperaba en el tramo inicial del serpenteante camino de descenso. En los riscos era posible ver muchos de los más notables endemismos vegetales del archipiélago de Cabo Verde -algunos de los cuales eran “nuevos” para nosotros-, así como otras plantas autóctonas tan interesantes y legendarias como el drago. Representantes de plantas típicas de la Macaronesia, como las cerrajas, los bejeques, las lenguas de pájaro, los tajinastes, los matos de risco o los tomillos, los teníamos a nuestro alcance, sin necesidad de trepar por los andenes adyacentes. Gran parte de las plantas estaban en plena floración, lo que acentuaba la sensación de estar en un auténtico “jardín natural” y nos transportaba en cierta medida a otras épocas, en las que la vegetación nativa jugó un papel mucho más importante que en la actualidad.

El anterior relato corresponde al tramo inicial de una de las excursiones más interesantes de cuantas he realizado en mis viajes por los archipiélagos macaronésicos (Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde), tanto desde el punto de vista naturalístico como humano. En efecto, Cabo Verde, a pesar de constituir el archipiélago más meridional -y por tanto el más seco- del conjunto de la Macaronesia, y de haber sufrido importantes transformaciones humanas en su paisaje y vegetación originales, alberga aún un buen número de plantas endémicas o exclusivas, algunas de ellas descubiertas hace tan solo ocho o diez años. A continuación esbozaremos distintos aspectos relacionados con ese interés botánico, con especial atención a las peculiaridades y los elementos diferenciadores de su flora.

Paraísos botánicos

Una de las cosas que más llama la atención de las islas de Cabo Verde es la ausencia de bosques, en el sentido estricto de la palabra. Las únicas formaciones vegetales de carácter natural en las que participan elementos arbóreos son las tarajaledas, los palmerales y los restos de dragonales y antiguos bosquetes de tipo termófilo. Sin embargo, en el pasado debieron existir mejores condiciones para la existencia de algún tipo de vegetación de porte arbóreo, como parece desprenderse de los comentarios recogidos por Valentim Fernandes entre 1506 y 1510, en sus famosos manuscritos, donde dice, entre otras cosas, que en la isla de São Nicolau había “Muitos arvoredos dragoeiros”, y que en Santo Antão quedaban “Grandes arvoredos”. Por otra parte, destacan sus apreciaciones sobre los recursos hídricos, que en aquella época debían ser abundantes en ambas ínsulas, ya que afirma que existían “Muitas boas agoas”. Algo similar apunta para otra isla, Santiago, de la que dice: “Muitas rebeiras, lagoas, doces e boas”. En suma, que a la vista de dichos comentarios históricos, no puede descartarse la existencia de formaciones boscosas, aunque desde luego no de laurisilva o monteverde, como algunos han llegado a creer. En realidad lo más parecido a un bosque debieron ser las formaciones constituidas por dragos, marmolanes, higueras, etc., que dominarían el paisaje insular en las zonas montañosas más húmedas de las islas de mayor relieve, como es el caso de São Nicolau y Santo Antão en el grupo de islas de barlovento, y de Santiago, Fogo y Brava en el de sotavento, junto con un alto número de plantas arbustivas, muchas de ellas exclusivas de las islas. De hecho, hoy en día podemos encontrar aún restos de esos otrora esplenderosos dragonales que relatara Valentim Fernandes, concretamente en S. Nicolau, Sto. Antão y Fogo.

Los tipos de vegetación que han permanecido en mejor estado de conservación hasta nuestros días son la vegetación costera, tanto la halófila (amante de la sal) como la psamófila (propia de arenales y dunas), que tienen un mayor desarrollo en las islas orientales (Sal, Boavista y Maio), las más planas y de menor altitud del archipiélago; y la rupícola (ligada a las paredes de barrancos, acantilados y riscos interiores), que se halla principalmente en las islas más montañosas (S. Nicolau, Sto. Antão, Santiago, Fogo y Brava). Éstas presentan una mayor humedad ambiental debido a las más altas precipitaciones y la influencia de los alisios húmedos del nordeste, que llegan hasta Cabo Verde en ciertas épocas del año, sobre todo en primavera.

El estado de conservación de la flora endémica caboverdiana es muy dispar en función de la isla. Por fortuna, en S. Nicolau, Sto. Antão y Fogo podemos aún apreciar buenas muestras de dicha flora, especialmente en zonas apartadas o de difícil acceso, como es el caso del área de Monte Gordo y el Alto das Cabaças en S. Nicolau, el sector de caldera de Cova - valle de Paúl en Sto. Antão y el área formada por la “Caldeira” y la “Bordeira” de Fogo, que ocupa la zona central de dicha isla. Éstos y otros enclaves, que pueden considerarse como auténticos paraísos para cualquier botánico, naturalista o simplemente amante de la Naturaleza, albergan la mayoría de la flora autóctona propia de las montañas del interior de las islas. Por contra, las áreas costeras de las islas orientales, de São Vicente y de Sta. Luzia, a pesar de tener una flora muy interesante, no resaltan por el grado de endemicidad o exclusividad de sus plantas, puesto que la mayoría de ellas están presentes también en el Sáhara o el Sahel. Al fin y al cabo, hay que recordar que Cabo Verde se encuentra en la franja tropical del Sahel, y muy cerca del límite sur del desierto sahariano.

Una flora muy peculiar

La flora endémica de Cabo Verde está compuesta por 66 especies, aunque además habría que considerar otras plantas que son igualmente exclusivas a nivel de subespecie (17), lo que suma un total de 83 endemismos. Como ya comentábamos de forma somera en el párrafo introductorio de este artículo, uno de los aspectos más sobresalientes de esta flora es su fuerte relación con la existente en otros archipiélagos de la Macaronesia, en concreto con Madeira y Canarias. Baste un dato: según un trabajo monográfico sobre las plantas endémicas de Cabo Verde, publicado en 1997, el 40% de los endemismos caboverdianos están relacionados con la flora canario-madeirense. Incluso, según otros botánicos, este grado de parentesco podría ser aún algo mayor. Dichas relaciones resultan muy evidentes cuando una persona conocedora de la flora macaronésica transita por los caminos del interior de las islas montañosas, donde se ve sorprendida por la presencia de cornicales (Periploca laevigata ssp. chevalieri), inciensos Artemisia gorgonum), cerrajas (Sonchus daltonii), tajinastes (Echium spp.), alhelíes (Erysimum caboverdeanum), jarillas (Helianthemum gorgoneum), bejeques (Aeonium gorgoneum), tabaibas (Euphorbia tuckeyana), corazoncillos (Lotus spp.), lenguas de pájaro (Globularia amygdalifolia), matos de risco o espliegos (Lavandula rotundifolia), tomillos (Micromeria forbesii), siemprevivas (Limonium spp.), etc. Naturalmente, los nombres vernáculos que acabamos de mencionar no son los que se usan en aquellas islas, sino los más habituales que empleamos en Canarias para los “primos hermanos” de estos endemismos.

Pero no todas las plantas exclusivas de Cabo Verde son arbustos o plantas de pequeño porte. Existen también dos árboles que se consideran endémicos, el marmolán (Sideroxylon marginata y la palmera (Phoenix atlantidis), si bien sobre esta última especie no existe unanimidad acerca de su situación taxonómica, ya que algunos botánicos recientes proponen que pueda tratarse de una simple forma local de la palmera datilera (Phoenix dactylifera). El resto de los elementos arbóreos presentes en estas islas son el drago (Dracaena draco), propio también de Madeira, Canarias y Marruecos, una acacia (Acacia albida), el tarajal (Tamarix senegalensis) y una higuera salvaje (Ficus sycomorus ssp. gnaphalocarpa).

En cuanto a otro tipo de plantas endémicas, que presentan relaciones filogenéticas con especies de otras regiones (por ejemplo, con el Paleotrópico, el Sáhara o las zonas montañosas de África), destacan por su espectacularidad y abundancia local la denominada gestiba (Sarcostemma daltonii), que tapiza con sus múltiples tallos amplias superficies, una compuesta común en las zonas bajas, Pulicaria diffusa, y, sobre todo, dos campanuláceas, denominadas localmente contra-bruxas, (Campanula bravensis y Campanula jacobaea). La última de estas especies podría ser considerada el símbolo vegetal de Cabo Verde, y constituye una de las plantas más llamativas de cuantas encontramos en este archipiélago. Curiosamente, pertenece a la misma familia que nuestro bicácaro o bicacarera (Canarina canariensis), como lo delata la forma de sus flores una vez abiertas.

Por último, merece la pena destacar que del conjunto de plantas endémicas de Cabo Verde, el único género exclusivo del archipiélago es Tornabenea, de la familia de las apiáceas o umbelíferas, a la que pertenecen plantas tan conocidas como el hinojo o el apio. Ello supone una gran diferencia con Canarias o Madeira, donde hay más géneros endémicos: 22 en el caso de Canarias y 6 en el de Madeira.

La utilidad de las plantas endémicas de Cabo Verde

Muchas de las plantas endémicas de Cabo Verde son utilizadas por la población local, ya sea con fines alimenticios, medicinales o forrajeros, o bien para leña, ya que aún no están tan extendidas las bombonas de gas butano, como ocurre desde hace tiempo en el resto de los archipiélagos macaronésicos.

Entre las especies más empleadas figuran tres que tienen varias aplicaciones medicinales, sobre todo para calmar las molestias estomacales (Lavandula rotundifolia, Micromeria forbesii y Periploca laevigata), otras dos de reconocidas propiedades antitusivas y contra la bronquitis (Aeonium gorgoneum y Echium stenosiphon) y algunas para tratar la caries dental (Euphorbia tuckeyana y Sarcostemma daltonii). Como especies forrajeras destacan entre otras la cerraja (Sonchus daltonii), los corazoncillos (Lotus spp.) y el tajinaste (Echium vulcanorum), mientras que para la obtención de leña se emplean las plantas arbustivas más leñosas, como el cornical y los tajinastes. Por último, debe tenerse en cuenta el valor ornamental de la flora caboverdiana que, aunque poco explotado, en el futuro podría tener mayor importancia. Así, en ciertos jardines de las islas, sobre todo en el Jardín Botánico Nacional Grandvaux Barbosa, situado en São Jorge dos Orgãos (isla de Santiago), podemos contemplar algunos de los más bellos endemismos caboverdianos, en medio de un marco incomparable de frondosidad vegetal, dominado por plantas de distinto origen, muchas de ellas tropicales.

Especies en peligro de extinción

El desmedido uso que en ocasiones hacen las poblaciones rurales de los endemismos caboverdianos, ha hecho que algunas especies se encuentren seriamente amenazadas, e incluso se consideren en peligro de extinción. Éste es el caso de dos ciperáceas, (Carex antoniensis y Carex paniculata ssp. hansenii), y de una compuesta, (Conyza schlechtendalii), que se encuentran “en peligro crítico”, o de otras especies tales como los tajinastes (Echium hypertropicum y Echium vulcanorum) el alhelí (Erysimum caboverdeanum) o el marmolán propio de las islas, que se catalogan en la categoría “en peligro”.

Está claro que sólo con medidas de conservación que impliquen positivamente a la población local, más que con prohibiciones , se podrá garantizar la continuidad de esta interesantísima flora, cuyo estudio puede deparar aún nuevas sorpresas, sobre todo cuando se profundice en las relaciones filogenéticas con las plantas del resto de la Macaronesia, el noroeste de África o la zona tropical del Sahel. En definitiva, se trata de un auténtico tesoro natural, que puede ser aprovechado también para generar un turismo de calidad, no masificado -al contrario del caso de Canarias-, que respete los recursos naturales y las costumbres locales, lo que podríamos denominar un “turismo sostenible”. En este sentido, los pasos dados en la isla de Fogo, donde se ha declarado recientemente un gran Parque Natural con la implicación y participación de sus habitantes, deben servir de ejemplo al resto del archipiélago. No olvidemos que para conservar es preciso primero conocer y respetar...


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