Rincones del Atlántico



¿Plátano ecológico?

Javier López-Cepero Jiménez
Ingeniero agrónomo
Fotos: Javier López-Cepero - Rincones - Óscar Suárez

Si hay un cultivo que se identifique con Canarias más allá de la orilla de nuestras playas ese es la platanera. En torno a 9.000 hectareas (9.000 campos de fútbol) de nuestras Islas ven crecer sobre ellas esta planta de la que vive directa o indirectamente una parte muy importante del sector primario del Archipiélago (cerca de 20.000 personas, según estadísticas oficiales).

Este cultivo no deja indiferente a nadie. Ha sido ensalzado por unos, apelando bien a su histórica relación con nuestra tierra, a su adaptación al medio o también a su importancia social. Ha sido denostado por otros basándose en argumentos como la subvención para evitar la pérdida de renta que reciben los productores desde el año 1993, cuando se levantó la prohibición de que entrase en España el plátano (o mejor dicho, banana) de origen distinto a nuestras islas. También levanta ampollas su consumo de agua (podemos estimarlo en 7 m3 por planta y año, o sea, unos 1.260 litros/m2) o al uso de fitosanitarios y abonos químicos al ser considerado un cultivo intensivo, ya que, si bien es cierto que para el platanero canario en general no ha existido tradicionalmente conciencia de que este uso pudiera ser peligroso, ni le han sido ofrecidas técnicas o argumentos para minimizarlo, no cabe duda de que cada vez más, la propia presión del mercado y los lentos pero sostenidos avances en el conocimiento de los procesos agronómicos no evidentes (relaciones entre fertilización y plagas, efectos colaterales de los pesticidas, importancia de las técnicas de manejo de la matera orgánica en el suelo...) nos llevan inexorablemente hacia una agricultura más limpia.

En este artículo vamos a centrarnos en este último aspecto. No es una utopía pensar que se pueden cultivar plátanos de una manera sostenible que no suponga una fuente de contaminación para el medio ambiente o de riesgos para la salud del agricultor o del consumidor. Pero hay que tener cuidado porque los conceptos que vamos a manejar han sido muchas veces mal entendidos o mal interpretados, de forma que hoy en día hablar en Canarias de plátano ecológico puede desatar reacciones muy variadas, desde la militante adhesión inquebrantable hasta el desprecio, pasando por la risa, la burla o la curiosidad. Este artículo va dirigido a los lectores que se encuentren en este último caso y quieran despejarlo, con todo nuestro respeto para los demás.

El precio no es el motivo

Inmediatamente se asocia agricultura ecológica con dos conceptos: no utilizar venenos y vender a precios más caros. Empezando por esto último, afirmamos que actualmente el agricultor debe descartar la posibilidad de ganar más dinero porque el plátano ecológico se venda más caro. Es una verdad a medias, ya que, por un lado, no xiste un mercado tan amplio como para acoger todas las producciones que se decidan a entrar por este camino, y por otro lado, como pasa casi siempre, gran parte de ese margen es el beneficio del distribuidor, incluso en el caso de fórmulas asociativas en las cuales los productores participan en la comercialización. Es cierto que el precio de venta al público suele ser superior al del plátano convencional, pero son cantidades muy pequeñas y muy dispersas como para suponer una alternativa a gran escala. Esto no es más que una consecuencia de lo incipiente del mercado ecológico en España, donde el cliente, el consumidor, todavía no dirige su compra de forma masiva hacia este tipo de productos.

El mercado local tampoco es una alternativa, ya que la escasa demanda está, de momento, suficientemente cubierta por productores que, además, han apostado tradicionalmente por este camino no siempre fácil, por lo cual merecen el mayor de los respetos. La hipotética entrada en el mercado de algún gran productor sólo serviría para desestabilizar la situación actual.

Por último, en el mercado europeo (y todos entendemos en este contexto que Europa empieza en los Pirineos) el producto ecológico tiene más demanda; allí no es extraño que en mercados municipales de ciudades medianas haya uno o varios puestos de venta de frutas, hortalizas y hasta carne ecológica. El problema para el plátano es que el consumidor europeo está acostumbrado a otro tipo de producto similar al nuestro (bananas de Latinoamérica) pero con apariencia, logística, presentación e historial diferente. Habría que seguir trabajando en ese eterno comienzo de exportar plátano canario a Europa, de forma que no sea algo esporádico, anecdótico y noticia en los periódicos. Una herramienta poco utilizada hasta hoy y que puede ser un valor añadido, es asociar nuestro plátano a la idea, a la imagen, de lo que Canarias representa para el europeo medio, esto es, un lugar exótico, un Archipiélago en medio del Atlántico, con paisajes singulares y un medio ambiente (crucemos todos los dedos) en un “aceptable” estado de conservación.

¿Qué NO es el plátano ecológico?

Tengo un amigo y compañero de trabajo que cada vez que ve una finca de platanera abandonada me hace un guiño diciendo: “mira,...ecológica.” Y su ironía tiene base. Una parte importante de las experiencias de producción ecológica de plátanos se han ido al traste, entre otras razones, por falta de profesionalidad de sus actores. Y no me tiembla el pulso ante el ordenador al escribir esto porque tuve la suerte -por lo que se refiere a la experiencia que adquirí- de participar en una de esas aventuras hace una década, de forma que el autor de este artículo se pone el primero en ese paquete.

No se puede olvidar nunca que hacer agricultura es muy difícil. Y que hacer agricultura ecológica especialmente implica utilizar una serie de técnicas que, si bien al principio parecen menos eficaces a todos los niveles -productos para el control de plagas que actúan lenta y casi “suavemente”, abonadas que tardan tiempo en hacer su labor fertilizante- y que además se exige que el agricultor amplíe su campo de visión más allá de la raíz, las hojas, el tronco... y aprenda a pensar en toda su finca y alrededores como un sistema de componentes interrelacionados, no le quepa duda a nadie que en un agrosistema ecológico bien diseñado y manejado se evitan una gran mayoría de problemas habituales en agricultura. Tendemos a llegar a la sostenibilidad, como una maquinaria bien engrasada en la que los protagonistas son los mismos procesos que evitan que haya plagas o carencias en los ecosistemas naturales. Al final es más fácil, pero insisto en que es necesaria una visión global de la finca, de todo el agrosistema, tal y como se ha comentado en artículos anteriores de Rincones del Atlántico. En el caso de la platanera, por su doble condición de ser una planta herbácea (y por tanto, de crecimiento rápido) y a la vez un cultivo que no parece estar diseñado por la madre naturaleza para arrancar y plantar cada año, esta dificultad se incrementa, ya que es necesaria una perfecta planificación del trabajo y las labores.

Así, cuando se piensa que cultivar plátanos ecológicos se reduce a usar estiércol y purines para fertilizar y aplicar rotenona y aceite de nim para controlar las plagas, el resultado suele ser, al cabo de no mucho tiempo, una explotación (con todas las connotaciones negativas que podamos imaginar en esta palabra) con las hierbas más altas que los plantones de platanera -bastante débiles, por cierto- unos racimos exiguos y un preocupante nivel de plagas que poco parecen entender del equilibrio en el ecosistema y teorías parecidas.

No. Ese no es el camino para llegar a ser un agricultor o agricultora que cultiva plátano ecológico. Pero es normal que esto ocurra, porque no existe información contrastada y completa sobre las técnicas de cultivo del plátano ecológico en Canarias. Es indudable que hay fincas que lo han conseguido (es destacable la Finca Experimental del Cabildo de El Hierro, así como algunas iniciativas privadas en Tenerife, La Palma y recientemente, Gran Canaria), sin embargo la desinformación sigue siendo la pauta. Y hay una serie de ámbitos en los que profundizar para ello:

Dudas a resolver

1. Conocimiento de los procesos del suelo. La base de la agricultura es el manejo del suelo (respeto a cualquiera que considere que el cultivo sin suelo es agricultura, pero además de respetarle le recomiendo una consulta al diccionario de la Real Academia). En el caso del plátano, esto se eleva a su máxima expresión por las especiales características de la planta. El suelo es el ámbito donde tienen lugar los procesos que van a dar como resultado que la planta disponga de los nutrientes necesarios (nitrógeno, fósforo, potasio,...), y en agricultura ecológica esta fertilidad se consigue a base de aportar materia orgánica al suelo. Hay muy pocos trabajos publicados que estudien y relacionen los vértices del cuadrado “platanera-ecológica-suelo-Canarias” destacamos los trabajos de Tomás Alcoverro, sobre la reconversión a ecológico del cultivo del plátano (revista La Fertilidad de la Tierra, nº 19) o de Idelfonso Acosta, pionero en el uso de abonos verdes y cultivos asociados en platanera, que está desarrollando una gran labor en la isla de La Palma, así como otros trabajos de Carlos Enrique Alvarez sobre fertilización ecológica o los de Alexis Sicilia y Carlos Nogueroles, referidos al compostaje en Canarias-. Todos ellos demuestran que la fertilización en agricultura ecológica es algo más que añadir estiércol.

Por eso, la sustitución de los abonos químicos por materia orgánica no puede hacerse a la ligera, porque el agricultor corre el riesgo de sufrir caidas del rendimiento de su finca que no pueda soportar. Esta ausencia de información es más sangrante cuando pensamos en la cantidad de residuos orgánicos que genera, no ya el propio cultivo, sino la actividad cotidiana de los canarios. Lo cierto es que la incorporación de materia orgánica en distintos estados de compostaje es imprescindible para este cultivo. Es importante señalar que se abre camino en la comunidad científica la idea de que los ataques de plagas tienen una relación directa con desequilibrios nutricionales de la planta.

La materia orgánica muy descompuesta juega un papel más importante desde el punto de vista de modificar a medio plazo las propiedades físicas del suelo (retención de agua, porosidad, estructura) que como fertilizante. Sin embargo, una materia orgánica fresca, especialmente si tiene un alto contenido de nitrógeno, nos va a servir como aporte inmediato de nutrientes, pero debemos tener cuidado tanto con las posibles pérdidas de amoníaco hacia la atmósfera (se pueden minimizar con acolchado o incluso con tierra sobre ella, ya que las arcillas tienen carga negativa y el amonio positiva), como con las pérdidas por lavado (el nitrógeno orgánico se oxida a nitratos por acción de los microorganismos edáficos y los nitratos no se fijan al suelo, sino que, o los absorbe la planta, o los arrastra el agua). También hay que ser cuidadosos con los usos fitosanitarios de estas materias frescas -cuidado especial con la gallinaza- ya que su uso incorrecto también puede dañar las raíces, a pesar de su utilidad desde el punto de vista de control de plagas (con la llamada “biofumigación”).

2. Mano de obra suficiente y planificación del trabajo. Es necesario adecuar la superficie de cultivo a la mano de obra de que dispongamos, y no al revés. En la platanera, hay tareas que deben realizarse en un momento determinado. Esto es especialmente importante en lo que se refiere al control de plagas. Una mayoría de los productos que podemos emplear en agricultura ecológica no tienen una acción tan rápida, o tan “de choque” como los químicos de síntesis. Por eso es importante poner solución rápidamente (al menos al efecto, sin olvidar que también debemos investigar la causa por la que apareció la plaga), y de ahí que una parte del coste de mano de obra debe entenderse como de “vigilancia”. Deben detectarse los focos de aparición de plagas para actuar contra ellos lo antes posible. Pero este extremo afecta no sólo a la producción ecológica. La retirada y y prohibición de uso de determinados pesticidas de acción drástica (consecuencia lógica de la revisión que lleva a cabo la Unión Europea a través de la Directiva 91/414) hace que algunos agricultores añoren los tiempos en que, según relatan, con 2 o 3 tratamientos al año se mantenía la platanera limpia de plagas, debido al uso de productos fulminantes que como luego se ha demostrado acarreaban graves consecuencias para la salud de los propios agricultores (algún día tal vez se investiguen y publiquen datos sobre la incidencia de determinadas enfermedades crónicas asociadas a zonas de agricultura intensiva en nuestras Islas). Afortunadamente, este enfoque va dejando terreno a otras actitudes que entienden la producción agraria desde un punto de vista más profesional, empleando solamente las herramientas que permite la legalidad. Actualmente, el Ministerio de Agricultura da el visto bueno al uso de cada producto fitosanitario en base a analizar y validar los ensayos y estudios que presentan las casas fabricantes (sería también deseable la participación de organismos terceros como universidades, hospitales y otros centros de investigación en este tipo de procesos).


3. Manejo de adventicias. Las “malas hierbas” (definición prohibida en agricultura ecológica pero que todos entendemos) suponen, según las consideremos, un problema o un recurso. Son un problema si se nos escapan de las manos y se convierten un sumidero donde va a parar el agua y nutrientes que deberían ir a la platanera. Pero son un recurso si las miramos como una fuente de elementos que podemos poner a disposición de nuestro cultivo. Para esto es necesario mantenerlas a raya, y el sistema más adecuado para la mayoría de nuestros ambientes es segarlas a ras de suelo, con lo que además procuramos un acolchado al cultivo que permite ahorrar agua de riego. Sin embargo, hay agricultores que utilizan un método perfectamente válido como es precisamente el acolchado del suelo con los propios restos de la platanera, especialmente las hojas que van cortando, de manera que no queda suelo libre para el crecimiento de adventicias. Pero la correcta gestión de este sistema exige mano de obra (es muy habitual oir “yo no tengo tiempo de andar con esas historias; prefiero un herbicida”). De todas formas, tampoco se ha realizado ningún estudio en Canarias que compare los costes y efectos sobre el suelo de la platanera del control de adventicias con acolchado frente al control con herbicidas. Los expertos en microbiología del suelo tendrían, sin duda, mucho que aportar en este campo. No debe quedar como anécdota el perfecto control que ejercen las gallinas sobre las hierbas, y aunque los críticos a su uso dicen que también picotean los hijos o retoños de la platanera, los agricultores que tienen gallinas en sus fincas no han detectado este comportamiento. Y si encima conseguimos que la gallina tenga actividad nocturna (parece ser que ciertas razas la tienen) se ejerce también un cierto control sobre el “picudo de la platanera”.

Son solo tres bloques para empezar a trabajar, pero que cualquier agricultor que intente meterse en esta aventura tiene que plantearse.

El lector que haya llegado hasta aquí compartirá conmigo la certeza de que hay un camino largo por recorrer. Es imprescindible que los recursos para investigación agraria se empleen en abrir caminos y atajos que simplifiquen estos procesos. No estamos hablando de matemáticas, con investigaciones teóricas que tal vez algún día sean de utilidad. Tampoco estamos hablando de astrofísica, analizando el espectro de radiaciones que fueron emitidas mucho antes de que se inventase el arado. Estamos hablando de agricultura de aquí y de ahora, de problemas que tienen lugar a pocos kilómetros de nuestros laboratorios y aulas. Los principales problemas fitopatológicos de la platanera en Canarias hoy en día son las orugas (tambien llamadas roscao lagarta) que afectan con creciente virulencia a zonas localizadas de las islas desde hace 3 o 4 años y el picudo, que hace 15 años sólo era una referencia bibliográfica. Está claro que la aparición de estas plagas tiene que ver con alguno o los dos siguientes factores: su entrada en las Islas -me permito dudar que no existieran antes- o, más bien, la rotura de alguno de los equilibrios que las mantenían a niveles no preocupantes. En cuanto a fertilización, ocurre algo parecido. Vivimos en islas, un territorio en el cual el problema de los residuos orgánicos es acuciante. Sin embargo, se importan cada año toneladas de fertilizantes químicos. ¿No se pueden relacionar estos eventos? No mientras no se genere la ciencia y técnica necesaria para que el agricultor tenga a su disposición la materia orgánica necesaria en la forma adecuada para aplicarla correctamente a su platanera, sin menoscabo de la fertilidad de su suelo y sin que esto suponga una contaminación del medio, un incremento inasumible de la mano de obra o una pérdida de la producción por falta de eficacia fertilizante.

Cada vez aparecen con mayor frecuencia en los medios de comunicación informaciones referidas a problemas sanitarios con los alimentos (contenido en pesticidas en vegetales, enfermedades del ganado potencialmente transmisibles al consumidor). La agricultura ecológica (desde el plátano hasta las papas, pasando por las hortalizas, frutales o viña) tiene una oportunidad de oro para desarrollarse. Pero para eso debe deshacerse de su traje de marginalidad y reclamar su lugar al mismo nivel que la agricultura basada en la química. Los productores deben organizarse, contactar con los centros de investigación y universidades, exponer sus problemas y demandas y hacer que la Administración se involucre, conozca los problemas reales de la agricultura ecológica -son difíciles de percibir desde la tercera planta del Múltiples II- y se entere de que son algo más que unas docenas de idealistas. Porque si no, las nuevas tendencias en agricultura (producción controlada, producción integrada) que son cada vez más demandadas por el consumidor preocupado por los problemas sanitario que comentamos antes, y que por tanto cada vez ganan más terreno frente a la que no tiene ningún tipo de control van a terminar ocupando el espacio que de forma natural debería pertencer a la producción ecológica, que puede quedar relegada definitivamente a los circulos marginales de un voluntarismo militante.


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