Rincones del Atlántico

Textos de la época sobre arbolado y carreteras


Ventajas del conocer
El señor Valenzuela, maestro de una escuela primaria de Guía, me ha escrito últimamente para poner en mi conocimiento un hecho triste y delictuoso del que han sido víctimas ciertos pobres árboles, mis antiguos y queridos amigos. Esta mi amistad hacia los árboles constituye una profunda devoción, demostrada mil veces en actos, y abarca todos los reinos de la naturaleza. En general, me inspira mayor interés una planta o un animalito de las especies íntimas que no un ser humano. Los hombres viven socialmente, conscientemente, y por la asociación multiplican la fuerza de la especie bastándose a sí mismos. En los otros mundos, reina de una manera tiránica, absoluta, el homo sapiens, que, para probar su omnipotencia, identificada con el conocimiento, aniquila la obra de Dios. ¿Le sirve de algo, entonces, conocer?

Por eso, porque conoce y procede como si no conociera, porque ve y se conduce como si no viera, es a pesar de su orgullo de raza, siempre injustificado, ignorante y ciego. Le tenemos muchísima lástima, nos la tenemos en nuestra parte individual de flaqueza irredimible, querríamos abrir sus ojos a la realidad, único modo de engrandecerle la conciencia; pero… antes de llegar a él tropezamos con sus víctimas: los árboles destrozados, los animales irracionales maltratados, las cosas torturadas y destruidas bajo su imperio loco, bajo su jus abutendi… Las cosas, sí. Ellas también se quejan de nuestra tiranía. Cuando hablamos del despojo político, olvidamos que una serie sin fin de despotismos irresponsables, concreción de nuestra actividad de ciudadanos libres, tira a desorganizar lo creado. Hacemos leyes para mantener el orden y asegurar la justicia en las esferas inferiores; luego, las burlamos o las desvirtuamos. Somos niños que rompen sus juguetes.

He dicho esto a propósito del caso que me refiere mi corresponsal, un maestro de escuela muy culto.

“Más de doscientos árboles –me escribe–, han sido destruidos en el trozo de carretera entre Guía y Gáldar, un tiempo frondoso y hermosísima avenida, espléndida bóveda de follaje. De muchos de ellos sólo quedan los secos troncos; otros se acaban, agonizan, descortezados y mutilados sañudamente. Muestra su cuerpo leñoso innumerables heridas”.

Y no se sabe, ni se sabrá, quienes sean los autores de esas fechorías vandálicas. Lo que se sabe de seguro es que los árboles estorbaban allí…

A los autores les brindo las anteriores filosofías, aunque estoy cierto de que no las comprenderán ni les aprovecharán.

Y sería ésta buena ocasión para volver al viejo tema de tantas conferencias y tantos artículos, si yo no estuviera convencido de que perdería el tiempo.

Si pido que se castigue a los culpables, también lo perderé. No pido nada. Me limitaré a repetir la pregunta: ¿De qué le sirve al hombre el conocimiento? ¿Conocen, saben lo que hacen los enemigos del arbolado?

Y a rogarle al señor Valenzuela, un buen maestro, que les enseñe, que ponga su cátedra, bajo la mirada del sol, frente a los vegetales ejecutados, en el trozo de carretera entre Guía y Gáldar. Y que tome a los propios árboles por testigos de sus enseñanzas y tenga, suceda lo que sucediera, fe en la redención de la humanidad.

Francisco González Díaz
Diario de Las Palmas
(14 de Mayo de 1907).



El arbolado en las carreteras
Cuando iniciamos, hace unos cuantos años, la plantación de árboles frutales a lo largo de las carreteras de La Orotava a La Cruz Santa y Aguamansa, regalando algunos centenares de almendros y castaños para las mismas, algunas personas que, por cierto, no se destacaban por su sensatez, censuraron aquellas plantaciones y, como premio a nuestra desinteresada iniciativa, nos dedicaron algunas no muy piadosas sonrisas. La carencia de cultura y, por lo tanto, el atrevimiento de su ignorancia, no les permitían otra cosa, y... ¡Dios les haya perdonado!

A raíz de estas plantaciones publicamos en este periódico un artículo señalando lo que se hace en algunas naciones que plantan también frutales en carreteras y vías públicas. Es decir, nosotros no hicimos sino copiar lo bueno que se hacía y se hace en otros pueblos cultos. Seguimos su ejemplo patriótico y edificante, y... nada más […]

Las anteriores líneas han sido inspiradas por una atenta carta que un amigo de los árboles, y por lo tanto nuestro, nos dirige desde Gran Canaria, y que, en parte, le ofrecemos como respuesta a esa grata misiva que corrobora cuanto decimos acerca del particular que nos ocupa, y de la cual tomamos los siguientes párrafos:

¿Por qué no se plantan más árboles frutales en nuestras carreteras? ¿Es que hay algún obstáculo oficial que lo impida, o depende de la falta de educación cívica entre nosotros? […]

Aquí tenemos un clima privilegiado, sin rival en el mundo; se dan los árboles frutales de todas las zonas, y la calidad de sus frutos, por su exquisito aroma y gusto, no tiene que envidiar a ninguno; pero... ¡cuánto dejan que desear por su desarrollo, aspecto y producción!

¿Y qué le diré de los cuidados y atenciones que merecen los árboles? En algunas partes son atendidos como si fueran miembros de la propia familia. Los limpian y podan, los cavan, abonan y les dan riegos frecuentes en el estío; los resguardan en el invierno del calvario de las heladas; las desinfecciones contra los insectos que los atacan (que son muchos), y sostienen una lucha constante para defenderlos de los ataques de la naturaleza, que suele ser implacable, pregona el amor que los habitantes de los lugares que visité sienten por “sus árboles”, que, a la verdad, son de ellos porque les han dado la vida.

Pero si mucho admiré las plantaciones de los particulares, más me encantaron las que vi en las carreteras y otros sitios públicos. Sobre todo las realizadas en las primeras fueron para mí motivo de una verdadera sorpresa, pues nunca llegué a suponer que en esos sitios, tan transitados y concurridos, pudieran verse árboles tan hermosos y bien cuidados como los que vi, y que nada tenían que envidiar a los mejores cultivados en las propiedades particulares. ¡Y con qué respeto se les mira!

Y aquí ¿no puede hacerse lo mismo? Creo que “el todo es empezar”, y que los municipios den comienzo a esa labor, aunque sea en pequeña escala, en una fiesta del árbol, y en las sucesivas continuar, siempre en esa empresa, que no faltarán en los pueblos unos cuantos vecinos que se tomen algún empeño para salir triunfantes.

Quedamos completamente conformes con lo que nos comunica el expresado amigo. Es necesario intensificar el cultivo de árboles frutales en general; pero urge también que se hagan plantaciones en las carreteras a conciencia, es decir, en los sitios donde deben hacerse y el suelo lo permite, haciendo la elección del árbol con pericia, porque es irrisorio que se planten donde no pueden prosperar, si no encuentran la zona y la tierra adecuada. Y para esto nos atenemos a nuestra norma tradicional: “un sitio para el árbol y cada árbol en su sitio”.

El campo, nº 65 (abril de 1930).



El lamentable abandono del arbolado de las carreteras de la isla
Cada vez que recorremos la carretera de La Orotava a Santa Cruz –que lo hacemos con relativa frecuencia–, y vamos atravesando los pueblos intermedios, y vemos cómo, con incomprensible rapidez, van desapareciendo los pocos árboles que viejos patriotas plantaron en otros tiempos, siempre nos hacemos esta pregunta: ¿Hasta cuándo va a durar el vergonzoso abandono de que no se repongan los árboles perdidos y se planten algunos donde nunca se han plantado?

No nos explicamos que en nuestra época, en la que se habla de conquistas culturales y reivindicaciones sociales, aún subsista esa indiferencia para con el arbolado en los sitios públicos, y que carreteras como las nuestras, magníficamente asfaltadas, –que hemos oído elogiar a los mismos extranjeros–, ofrezcan el doloroso espectáculo, a tantos turistas como nos visitan, de unos árboles raquíticos y en ocasiones mutilados, que pregonan, no solamente ese abandono a que nos referimos, sino una gran incultura ciudadana, una barbarie que no respeta al árbol; ¡el mejor y más leal amigo del hombre!

Y esto, para nosotros, tan amigos de ellos y tan fervorosos defensores, es siempre motivo de una honda pena, cuando no causa una profunda indignación […].

Se habla mucho de turismo; se cantan las bondades y excelencias de la isla; se exaltan las bellezas que atesora, y siendo éste el país donde se dan los árboles de todas las regiones del orbe, lo que hizo exclamar al príncipe de los viajeros Alejandro Humboldt cuando llegó ante la vista maravillosa y espléndida del Valle de Orotava: “He recorrido muchos lugares y todos los climas de la tierra y sólo aquí, en tan escaso espacio, he podido ver, en admirable gradación, todas las zonas botánicas del mundo”; y, sin embargo, para llegar a este vergel, que sigue siendo la admiración de cuantos lo visitan, hay que pasar por una carretera con tan pobre y miserable arbolado...

Antonio Lugo Massieu
La prensa (15 de diciembre de 1933).



La meritoria labor de Francisco Dorta
Siguiendo mi vieja costumbre, días pasados salí a dar un paseo por la carretera Orotava-Vilaflor. […] Hacía algún tiempo que no recorría esta carretera importantísima y como otras veces me hacía la reflexión de que lo que nos pareció un día una gran utopía se pudo convertir en palpable realidad, aunque no plena, merced a las constantes instigaciones, a los tenaces desvelos de un honorable hijo de La Orotava, a quien para conocerlo no se precisa nombrarlo, porque a este benemérito paisano se le conoce por las obras, que sin alharacas, modestamente, como corresponde a su alto sentido del patriotismo, verifica por el bien de su pueblo. ¡Cuán diferente de la de otros su actitud!

[…] ¡Qué pródiga fue Naturaleza con nuestro hermoso Valle! En él derramó bellezas a granel, bellezas que los hombres han aumentado o disminuido según las circunstancias, y bien podemos decir que la carretera Orotava-Vilaflor, tal como hoy se encuentra, ha sido un añadido magnífico a su sin par obra. Y decimos tal como hoy se encuentra porque si se hubiera dejado como se construyó, sin el adorno de los muchos árboles que hoy crecen en sus bordes, lejos de constituir un trazo armonioso y bello, daría la impresión poco simpática de un amplio surco terroso abierto a través del extenso y verde tapiz de los campos que atraviesa. Por fortuna esto no ha ocurrido ni hubiera podido ocurrir, estando al cuidado del arbolado de esta carretera persona tan amante de los árboles y de las flores, tan activa y tan desinteresada, como es nuestro admirado y entrañable amigo Francisco Dorta, autor –en colaboración con la pródiga Naturaleza, desde luego– de este magnífico hermosamiento que se observa.

La labor meritoria de Paco Dorta, sin embargo, no es lo bastante comprendida, y no lo es precisamente porque nuestra idiosincrasia de indiferentes necesita del estruendo y la bambolla para que abramos los sentidos a la comprensión. El ímprobo esfuerzo de este gran patriota que practica con éxito inigualado la “acción directa”; que día tras día, año tras año, con una constancia y voluntad ejemplares sube, acompañado de un par de obreros cedidos por nuestro Municipio, a plantar y replantar árboles y más árboles, a sembrar flores, a limpiar y podar los que requieran este trabajo, por esta carretera en la que ha puesto todos sus amores; este ímprobo esfuerzo, repetimos, pasa casi desapercibido por la mayoría de las gentes. Pero su labor fructifica y con ello se da por satisfecho. Los espíritus selectos no necesitan halagos ni ditirambos para cumplir con su deber de patriotismo. Ésta es la realidad, realidad que acompaña la callada y meritoria pero efectiva labor de Paco Dorta […].

Idea plausible ha sido la de sembrar árboles frutales hasta donde las condiciones de terreno y clima lo han permitido. Hemos visto que hasta Aguamansa hay plantados muchísimos castaños, guinderos, ciruelos, moreras, etc., y de Aguamansa para arriba divisamos cómo entre el monte crecen pinos y algún eucalipto, contrastando graciosamente sus ramas verdes plateadas del verde monótono del brezal y las hayas.

Asimismo hemos visto en otra ocasión, ya hace algún tiempo, plantaciones de cedro canariense hechos a sus expensas por la señora doña Constanza Carnochan. Esta especie arbórea casi desaparecida de nuestra isla, merced al solícito cuidado de su difunto esposo, el Dr. Pérez, de feliz memoria, aún se conserva y hay probabilidades de propagarla profusamente. Este generoso rasgo de la señora Carnochan merece los más calurosos plácemes y el agradecimiento de todos los hijos de este Valle, aunque, nos consta, le basta para su satisfacción ver que ha sido comprendida la patriótica labor que su esposo iniciara y que ella prosigue con tanto entusiasmo.

Con el espíritu cargado de tantas y tan gratas sensaciones como me causara este paseo mañanero a través de la lindísima carretera Orotava-Vilaflor, regresé a mi hogar y en un arranque insólito de expansión íntima, me puse a maltrazar estas líneas que al darles publicidad no persiguen otro objetivo que el de exponer las impresiones y consideraciones que la callada y plausible obra de Paco Dorta me ha sugerido.

Un aficionado a la arboricultura
El Norte, (22 de diciembre de 1933).



Las talas de retamas y la labor de repoblación
[…] Y grande fue nuestra sorpresa, –mayor cuanto menos esperada–, al ver que en aquella altura a más de 1.500 metros, se habían plantado a ambos lados de la carretera bastantes ejemplares de coníferas, que más tarde supimos eran cedros de Canarias, regalados por la señora doña Constanza Carnochan, viuda del doctor don Jorge Pérez Ventoso, el inolvidable patricio, prestigioso oculista y gran botánico canario, que estudió y conoció como pocos la flora de nuestro archipiélago. Al doctor Pérez se debe, después de ímprobos y largos trabajos, la propagación de ese árbol, único en su género, para la repoblación de las cumbres isleñas; y a la señora Carnochan el que la admirable y patriótica labor de su ilustre esposo se haya continuado con una perseverancia extraordinaria, pues ella prosigue realizando constantes trabajos para su propagación; hace viveros de los mismos, y, al cabo del año, regala millares de arbolitos para las plazas y sitios públicos; los recomienda para los terrenos de altura y los regala a particulares para sus fincas o los planta, como ha hecho recientemente, en esa carretera a que hacemos referencia, y en una zona, por desgracia, bastante despoblada […].

El contraste que se ofrecía a nuestra vista no podía ser más notorio. Arriba, en la cumbre, bárbaros taladores, unidos a la carencia de autoridad, que parecen vivir unidos en un amigable consorcio de incultura, quieren concluir con la vegetación de las retamas, que son las únicas galas, como decimos, de arbolado y el único encanto forestal de esas alturas; más abajo, el amor al árbol va ascendiendo en noble conquista, e intenta repoblar lo que unos hombres de hoy, reminiscencia de una época bárbara, continúan destruyendo. Nada de esto es nuevo para nosotros. Conocemos bastante lo que en materia de árboles se hace en Tenerife, que no es mucho, por desgracia; y la persona que hoy nos informa de esta nueva plantación, a la cual tributa merecidísimos elogios, cita también el nombre del incansable paladín del arbolado, don Antonio Lugo y Massieu, que costeó la primera siembra de castaños en un trozo de carretera comprendido entre Aguamansa y Monteverde, lo que constituye una de las más felices iniciativas de su gran amor al árbol, pues de esta manera, en día no muy lejano, el público podrá recoger sus frutos en lo que es de todos, sin tener que saltar las huertas ajenas.

El señor Lugo ha sido el principal donante de árboles para esa carretera. A él se debe, –a su desprendimiento, generosidad y amor al arbolado–, el que sean frutales, en su mayor parte almendros y castaños, los que adornen la importante vía de la carretera de la Orotava a Vilaflor.

Si nuestra isla hubiese tenido una docena de amantes cultivadores del árbol, como la señora de Carnochan y el señor Lugo, en cuyas casas se encuentran siempre viveros permanentes de árboles y plantas útiles, que con tanto desinterés y patriotismo vienen regalando hace años, otro sería el destino de nuestras carreteras y vías públicas.

F. Salazar Quintero
La prensa (30 de diciembre de 1933).



La conservación y propagación del arbolado
[…] Días pasados tuvimos la satisfacción de conversar con el notable botánico sueco don Enrique R. Svensson-Sventenius, que pertenece al Instituto de Investigaciones Agronómicas de Madrid, y hace unos dos años que se encuentra en Tenerife, dedicado exclusivamente al estudio de las plantas de las islas Canarias y de su flora; y nos expreso la amenaza de inexistencia que corren los árboles “endémicos” canarios, tales como el barbuzano, el madroño, el marmolán, el mocán, el palo blanco, el peralillo, y otras especies que dentro de tiempo no lejano se hallarán en la situación de aquellas, así el tilo, el naranjo salvaje, el sanguino y el viñátigo; condoliéndose de que las carreteras no se vean pobladas de estos árboles, empleándose, en cambio, especies exóticas de fácil crecimiento y por ende de escasa vida y de pésima madera. La importación del eucalipto “glóbulo”, dijo, fue grave desacierto.

Al manifestarse al señor Svensson-Sventenius que fuimos nosotros quienes introdujimos en nuestra isla el pino “insignis”, que tan excelente resultado ha dado en las Cañadas del Teide, se mostró nuevamente partidario del empleo de especies del país que no tienen que envidiar a las del resto del mundo; el pino “canariensis”, expuso, vive muchos años y tiene mejor madera que el pino “insignis”; además debe arraigar y desarrollarse en Las Cañadas, ya que a más grande altura de la isla ha visto hermosos ejemplares de esta clase.

Está bien, continuó diciendo, que se siembren pinos “insignis”, pero a la vez, y en mayor proporción, debe sembrarse el pino “canariensis”; aquél por su rápido crecimiento le servirá indudablemente de eficaz protección a éste. El consejo, que por venir de persona competentísima y de un probado amor al país, lo brindamos a los entusiastas amigos del árbol don José Martín Armas, don Casiano García Feo, don Manuel García Yanes, el señor Reimers, así como a los herederos del malogrado protector del arbolado don Fernando Franquet, que con tanto empeño y cariño han emprendido la plausible tarea de sembrar árboles en las Cañadas.

De esta región el señor Svensson-Sventenius conoce más de cuarenta especies de plantas que sólo viven en aquellas maravillosas alturas. Al mencionar entre ellas la “retama” pensamos si de llevarse a la prática inmediatamente la declaración de Parque Nacional del Teide y las Cañadas, pudiera detenerse la bárbara destrucción de este bello y beneficioso arbusto.

El señor Svensson-Sventenius nos indicó como hechos dignos de ser imitados las considerables y acertadas plantaciones de sabina llevadas a cabo por los señores herederos de don Gaspar de Ponte y Cologán en la Finca Malpaís, situada entre Icod y Garachico; y el buen estado de conservación que ofrece el pequeño bosque del barranco de Castro situado en Icod del Alto, propiedad de los señores herederos de las señoritas de Castro.

Alfredo Fuentes
La tarde (27 de enero de 1945).



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