Rincones del Atlántico



Árboles amigos con nombres y apellidos

Lucas de Saá Rodríguez
Fotos: Lucas de Saá - Imeldo Bello - Rincones


10 de septiembre de 2006, ¡mal día para los que amamos los árboles! Hay que explorar demasiado en lo más recóndito del alma del bosque, y en nuestros corazones, hasta encontrar alguna respuesta para entender por qué estamos eliminando la belleza. Las imágenes de árboles con nombres y apellidos, los mejores ejemplares que en ningún otro tiempo hayan existido, y que habían estado conviviendo en paz en un maravilloso lugar, han quedado algunas reflejadas para el deleite simplemente sobre un trozo de papel como éste. La inmensa mayoría, ni siquiera han sido reconocidos.

El fuego, que comenzó hacia el mediodía del fatídico domingo, y al que hay que sumarle otro incendio también del pinar (el del 7 de agosto de 2003), fue la causa de tanta destrucción. La voz cansada de un vecino de El Pinar, anegado en lágrimas por sentirse incapaz de salvar lo que ya estaba condenado, relataba consternado lo que habían visto sus ojos, la desgarradora muerte de esos impresionantes escenarios con los pinos milenarios y el desvanecimiento de un mito. “Ese terrible espectáculo destructivo nos ha causado un profundo impacto, incluso para quien malévolamente lo ideó y ejecutó, aunque de manera bien diferente, sin duda alguna. En una situación tan extrema como esa, no habrá paz interior si no aceptamos la evidencia de lo que estamos consiguiendo: la mezquindad de querer cambiar la belleza natural por beneficios perecederos”.

Admitido este hábito, ya no puede haber marcha atrás. Ha vuelto a ocurrir lo de siempre, y ya estamos exhaustos, cansados de escuchar a una multitud diciendo un no sé qué sobre “la protección de la Naturaleza”, pero ocurre que el hombre es un lobo para el hombre. ¿Cuándo vamos a comprender que somos nosotros quienes debemos protegernos de nuestra propia especie? ¡Vivimos en un territorio escaso que tenemos que compartir, pero está siendo permanentemente amenazado! El mismo tractor que en 1988 estaba hiriendo a los pinos, ha vuelto para arrancar desde sus raíces las enormes fayas.

Desde que surge la retahíla, la codicia y la hipocresía en torno a la llamada Educación Ambiental, sus efectos encajan con los planes para la degradación del planeta. Antes de que este fenómeno irrumpiera en nuestras vidas, invitándonos a consumir la nueva moda, los que estábamos vinculados con el monte éramos unos cuantos, campesinos y románticos, que manteníamos un estrecho equilibrio interesado. Pero con la llegada de la publicidad y de sus superhéroes medioambientales, las costumbres se cambiaron para adaptarse a la demanda de mentes no pensantes. Cuentan los abuelos de El Pinar que, antiguamente, cuando empezaba a arder el bosque, tocaban las campanas y todas las personas acudían rápidamente a sofocar el fuego con sus palas, resolviendo pronto la situación. Algo que también ha cambiado, porque hoy, a pesar de los grandes medios, los incendios son más grandes y, en su mayoría, además, intencionados. La lista de atentados ecológicos también ha ido aumentando, al mismo tiempo que el reparto de incompetencias ha quedado reflejado a la vista de los resultados no deseados, al menos para los que mantenemos la alianza con la Naturaleza.

A los nombres con apellidos de los pinos, todos diferentes, que sucumbieron en el incendio del 95, que dieron esplendor y que ya no se sabe ni dónde están, hay que sumarles los que se acaban de achicharrar en este otro incendio. Los que estaban allí cada vez que los necesité para dibujarlos, los que acerté a ver durante mi niñez, los que pude apreciar durante mi adolescencia y con los que compartí y comparto sublimes encuentros, los contemplo ahora en el recuerdo y en los cuadros y dibujos ya terminados. Sin duda alguna serán árboles que siempre llevaré en mi mente junto a otros que quizá a mi pensamiento ya no vendrán porque no los pude reconocer en su momento de gloria recorriéndolos con el trazado del lápiz. Aquellos que han sucumbido, haciéndome brotar amargas lágrimas, y con los que aprendí las mejores lecciones, ¡ojalá pudiese reconstruirlos para su admiración en un mundo más justo!



Es lamentable que tengan que formar parte del pasado los árboles amigos con nombres y apellidos, auténticos monumentos naturales de importancia genética, que han sido exterminados por los depredadores de nuestro régimen de prioridades. En muchos casos sólo han quedado como testigos los huecos donde estaban. Los nombres de los que todavía no conocemos, pero que marcan una pauta diferenciada, habrá que inmortalizarlos antes de que el hacha o el fuego de la insensibilidad acabe con sus vidas.

Debemos volver a dar las gracias a estos amigos porque estamos convencidos de que su magia permanecerá viva en el corazón del bosque para darnos la compañía, la tranquilidad y el cobijo que necesitamos. Que nos han estimulado en nuestras caminatas para no sentirnos solos, que nos han invitado a compartir su espacio sin creernos unos intrusos y que, con su comunicación visual, nos han regalado el mensaje que solicitamos. La alianza de las almas es la amistad, que está por encima del simple momento del fugaz placer. La amistad es entender lo que le pasa al otro, porque una amistad fiel no tiene limitaciones, y la naturaleza de la amistad es el soporte que asume todo lo que le sucede al otro ser.

Con el tiempo he descubierto que en todos los casos en los cuales he tenido que elegir entre la voluntad y la intuición, siempre ha tenido razón la intuición, además de que se apoya en una clara simbología visual que puede pasar desapercibida la primera vez, pero que se recupera con la memoria. Como la ciencia nos dice que no existen las coincidencias, lo que llamamos casualidades no son sino secuencias de tres símbolos de una lectura sin palabras asociada a los datos almacenados. Por lo tanto, después de haber estado en el corazón del bosque guiado por la intuición, escuchando los lamentos de sus habitantes y desconfiando de las tentativas de una explicación simplista, es imposible no oír el eco del lamento de los árboles pidiendo a gritos que se detenga la mente y la mano de quienes están destruyendo la belleza. Porque se trata de una mente que no ama a la Naturaleza, que vive entre lo ilícito y lo prohibido y que, por lo tanto, necesitará alimentarse cada año de otro incendio (...1985, 1988, 1990, 1993, 1995, 1996, 1998, 2003, 2006...). ¿Hasta cuándo?

La existencia de estos árboles especiales fue motivo para la inmortalización en exclusivas imágenes que han quedado por desgracia para la historia. De cada una de esas láminas, de cada lágrima derramada, de cada gesto de dolor y de cada sufrimiento, debería crecer el sentimiento de respeto por la universalidad del bosque. A los árboles cuyas vidas serán devoradas por el próximo fuego a causa de nuestro desmedido egoísmo, les pido perdón y que nos enseñen a no sentir el apego que hoy atenaza a sus amigos más próximos.

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