Rincones del Atlántico

José Garcia Casanova & Octavio Rodríguez Delgado
Departamento de Biología Vegetal (Botánica) de la Universidad de La Laguna.
Fotos: Rincones - Carlos M.Anglés - Sergio Socorro - Archivo Autores

A pesar de todo, el tramo correspondiente a Montaña Roja y su entorno sigue figurando, sin lugar a dudas, entre los más excelsos parajes costeros del mediodía tinerfeño, en el que las arenas del Médano y de La Tejita, a merced de las olas y de los alisios que las arrastran tierra adentro, alfombran los pies de este volcán, hito más sobresaliente –junto con Montaña Pelada- del litoral de Abona.

Montaña Roja, con sus 171 metros de altura, es un soberbio cono volcánico de piroclastos basálticos, fruto de una erupción que tuvo lugar en la costa de Granadilla hace muchos milenios. Con el paso del tiempo, los fragmentos rocosos que lo forman han experimentado un proceso de oxidación que les confiere el característico color al que alude el nombre de la montaña. Desde el cese de la actividad eruptiva, las olas del océano han ido desmantelando inexorablemente su flanco austral, tallando en él abruptos cantiles de hasta cuarenta metros. Al propio tiempo, el efecto erosivo de las aguas de lluvia ha cincelado sus laderas, excavando en ellas numerosos barranquillos radiales y poco profundos. Simultáneamente, el constante flujo de arenas arrastradas por el viento ha dado lugar, tras depositarse sobre los piroclastos, a la aparición de una potente duna fósil adosada a la base sudeste de la montaña.

Una insólita riqueza biológica

La acusada aridez propia de la comarca, con precipitaciones a menudo inferiores a los 135 litros al año, se ve atenuada gracias a la húmeda influencia de la maresía, cuyo hálito contribuye también a refrescar ligeramente el clima general de esta zona. A causa de esto, las temperaturas medias anuales se sitúan en torno a 21º C. Sorprendentemente, y contra lo que cabría esperar en una localidad con suelos pobres y constantemente castigada por fuertes vientos, alta insolación, temperaturas considerables y prolongadas sequías, Montaña Roja y sus aledaños albergan una elevada biodiversidad. Prueba de ello es que el número de invertebrados que se han citado para este enclave, con una proporción notable de formas exclusivas, se cuenta por centenares, mientras que el de las aves -nidificantes o no- se eleva a 109; quizá, si tuviéramos que mencionar a alguna especie en particular, nos inclinaríamos por llamar la atención sobre el chorlitejo patinegro, ave limícola que llega a nidificar en este lugar, uno de los pocos de la Isla donde todavía se reproduce esta vivaracha criatura. Respecto a la flora, se han contabilizado 136 plantas superiores, de los cuales 29 son endémicas, amén de un considerable número de hongos, líquenes y briófitos. Pero, además del número sorprendente de especies vegetales que crecen en este lugar, conviene resaltar que, desde el punto de vista ecológico, la flora de Montaña Roja y sus alrededores reúne una serie de innegables cualidades para afrontar con éxito las adversas condiciones ambientales reinantes.

Ciertamente, la indigencia de las precipitaciones y las elevadas temperaturas imperantes, junto a la alta salinidad del suelo, la acción del viento y la movilidad de las arenas, cuyas partículas producen un efecto de golpeteo constante, han obligado a las plantas que osan instalarse en estos peculiares ambientes a desplegar un amplio abanico de curiosas adaptaciones de supervivencia. Así, por ejemplo, para mitigar la escasez de agua y reducir su pérdida recurren a sofisticadas estrategias, como la de presentar hojas de reducida superficie, usualmente tapizadas de pelos cortos y tonos claros, que absorben el vapor de agua del aire y reflejan buena parte de la radiación solar; otras veces, la respuesta adaptativa a la sequía es la caída estival de sus hojas o, en casos extremos, su transformación permanente en espinas. Similares beneficios les reportan el extraordinario desarrollo que siempre alcanzan sus raíces, incrementando su capacidad de absorción, o el engrosamiento de sus tallos u hojas, que se comportan entonces como auténticos depósitos de reservas líquidas.

Miscelánea Histórica

Desde época prehispánica el hombre vagó por estas tierras yermas buscando pastos de invierno para sus ganados o recolectando los recursos que el mar le ofrecía para complementar su dieta. Éste era también el marco donde se disputaban reñidas pruebas de natación entre los aborígenes del menceyato de Abona, durante la celebración de los Juegos Beñesmares.

Citada desde antiguo por navegantes y viajeros y reflejada en sus mapas por multitud de cartógrafos, Montaña Roja constituye una referencia obligada para todo aquél que haya recorrido el sur de Tenerife o surcado sus aguas costeras. Tal fue el caso del insigne marino Fernando de Magallanes quien, en compañía de Juan Sebastián Elcano y el resto de la tripulación de sus cinco naves, recaló aquí a finales de 1519, permaneciendo unos días en este fondeadero antes de continuar su épico periplo.

Con su sobrio paisaje, no exento de seductora belleza, un halo mágico parece envolver a este sitio, inspirando leyendas como la de Peña María, recogida por la pluma de Leocadio Machado (1925) en su novela El loco de la playa. En ella se narra la historia de una desdichada mujer que, en vano, esperó junto a la orilla el regreso de su amado, acabando por transfigurarse en una gran roca que yace hoy en mitad de la ribera:

“Parece ser que en el siglo pasado, o antes, vivieron en Granadilla dos amantes, llamados Juan y María. El se embarcó para América en busca de fortuna; y ella juró esperarle permaneciendo fiel a su amor. Años más tarde recibió María una carta de Juan, en que le participaba que ya era rico y que embarcaría pronto en un buque que salía con rumbo a Tenerife, conduciendo también a otros varios indianos, que venían a terminar sus días en la tierra natal. María esperó, ansiosa, la llegada del barco; mas pasaron primero los meses y después los años sin que llegara a Canarias, ni se supiera jamás cual fue su fin. Unos decían que una fuerte tormenta lo hizo naufragar; otros que un buque pirata lo había apresado, matando a la tripulación y pasajeros, y llevándose todo el oro que tan afanosamente habían adquirido los que llenos de ilusiones regresaban a la querida tierruca; pero lo cierto fue que María no supo más de Juan, y que poco a poco el sonroseo de su cara se fue convirtien­do en amarillez de muerte. Salía con frecuencia de su casa y marchaba a campo traviesa hasta llegar a la playa del Médano, que entonces carecía de viviendas; se sentaba sola y como alma en pena sobre esta roca, y se pasaba los días esperando la llegada de Juan. Acabó por olvidarse de regresar a Granadilla y por no hablar con persona alguna, llegando a decirse que se quedó muda y sólo salía de su garganta un congojoso rugido, análogo al bramar de las olas. Los pescadores le daban por lástima alguna comida, y, cada vez más triste y escuálida, con la flotante cabellera completamente blanca, acabó por desaparecer, como Juan, sin que jamás aquéllos encontrasen su cuerpo ni los harapos de su traje, por lo que unos decían que el mar, piadoso y condolido, la arrastró hasta unir sus restos a los de su amante, y otros aseguraban que un trasgo encantador la convirtió en roca, que antes no existió, y que es la actual Peña María.”

A principios de los años treinta del siglo pasado, en el suplemento del diario Hoy, Apeles M. Díaz, glosaba las bellezas naturales de esta esquina insular, dedicándole párrafos como el que siguen:

“Playas de maravilla estas playas del Médano, abiertas al aire yodado del mar y a la luz diáfana del Naciente. Oro puro el sol que las inunda, caricias de vida la brisa que las baña. Cielo sin nubes, mar azul, alegría sana, salud para los cuerpos semidesnudos tendidos sobre la arena.

No existe allí el refinamiento y el “confort” de un balneario de moda, pero sí encontramos la paz y el reposo de una vida sencilla y apacible. Tiene

vida sencilla y apacible. Tiene sus goces peculiares el Médano, goces infantiles, de un contraste encantador, comparados con nuestros goces habituales de la metrópoli. Podemos acompañar a los bravos pescadores en sus faenas de pesca, recorrer a diario todos los arrecifes del contorno en afanosa búsqueda de mariscos y peces, subir a lo más alto de sus montañas para captar la belleza de sus paisajes bravíos, deambular por sus barrancos solitarios gustando la paz solemne de los arenales desiertos.

No es un balneario el Médano, pero sus playas no tienen rival como playas de baño. De arena finísima, brillan a los rayos solares con reflejos metálicos; es duro el piso, firme a las pisadas hasta el punto de que pasan sobre la arena camiones cargados sin dejar huella. Casi no tienen desnivel; el bañista puede caminar mar adentro, metros y más metros, sin que las aguas cubran su cuerpo. Seguridad absoluta, aguas limpias, fondo sin un pequeño guijarro. Aire siempre fresco para contrarrestar la viveza del Sol. Extensión amplísima, suficiente para que el bañista pueda aislarse a su antojo, incluso practicar el desnudismo integral.

Belleza sobria en el paisaje marino. El Médano es un pequeño golfo formado por los arrecifes del Cabezo y la punta de Bocinegro. Sobre ésta arranca, con su base en el mar, la Montaña Roja, miniatura del Teide. Vecinos abnegados hicieron, lomo de la montaña arriba, un buen camino hasta su cúspide, y es maravilloso el panorama que capta el excursionista que ganó el pico. Visto desde la altura del mar, allá abajo, a centenares de metros, aparece tan terso, que el sol forma reflejo sobre las aguas, exactamente igual como si fuera un espejo gigantesco. Todo el sur de la isla en relieve, con sus caseríos y pueblos colgados de las laderas. Al fondo, el Teide, asomando apenas tras la cordillera como cabeza vigilante que todo lo acecha desde su atalaya de nubes...”

Evolución del paisaje en el pasado reciente

Desdichadamente, ésta y otras descripciones similares de un paradisíaco rincón son hoy un recuerdo lejano de paisajes costeros que han ido desapareciendo poco a poco a manos de un pretendido progreso. En algunos casos, la secular actividad humana que provocó la alteración de este territorio tuvo carácter esporádico y muy localizado, eminentemente recolector, aunque también se llevaron aunque también se llevaron a cabo prácticas más permanentes, tales como el pastoreo y la agricultura, siempre condicionadas por las limitaciones impuestas por el medio y por la disponibilidad de recursos naturales, particularmente el agua, por la precariedad de comunicaciones, así como por el escaso desarrollo tecnológico de aquellas épocas. Esto explica que, hasta bien entrado el siglo XX, la intervención humana fuera relativamente escasa en este rincón sureño, tal como lo corrobora el hecho de que la población de El Médano fue bastante reducida hasta la segunda mitad de la citada centuria. A partir de entonces, el crecimiento demográfico se aceleró, a la par que se incrementaban las comunicaciones terrestres y aéreas y se capitalizaban los proyectos agrícolas y –sobre todo- urbanizadores vinculados al sector turístico. Así comienza un nuevo ciclo de ocupación territorial intensivo, al socaire de los nuevos enfoques y planteamientos inspiradores de la moderna economía canaria, volcada hacia el turismo y el negocio inmobiliario especulador. Este proceso alcanza momentos álgidos en nuestros días, proyectándose y ejecutándose infraestructuras de grandes dimensiones y poco meditadas repercusiones ambientales. Tal es el caso del crecimiento desmesurado del núcleo urbano de El Médano y otros asentamientos próximos, la ejecución del Polígono Industrial de Granadilla, el proyecto de construcción de la segunda pista de aterrizaje del Aeropuerto Reina Sofía, la urbanización de gran parte del litoral de Granadilla de Abona y un largo etcétera de obras que alteran un paisaje durante siglos estabilizado y en equilibrio con la actividad agropecuaria tradicional.

Todas estas transformaciones son fácilmente comprobables al comparar algunas fotografías aéreas obtenidas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Así, y apoyándonos en las imágenes de 1964, se puede afirmar que la conservación del área era aún relativamente buena, lo que no quiere decir que no hubiese habido un moderado uso del suelo, apreciándose pequeñas agresiones originadas por la explotación de piroclastos (‘picón’). Una de las actuaciones más graves se produjo en la mitad de la base norte de la montaña, que había estado dedicada al cultivo del tomate: la roturación de esta finca mermó la población de cardones situada por encima del dominio de las arenas, dejándola reducida a una veintena escasa de ejemplares, mientras que la parte inferior de la explotación ocupaba una superficie bastante extensa del hábitat arenoso, por lo que tuvo que desalojar la vegetación asociada al mismo. Igualmente se observan otras fincas de tomates, sobre todo en el hinterland de la Playa de La Tejita y en las proximidades del pueblo. Por otro lado, la llanura situada al norte del cono volcánico ya se encontraba bastante transformada por la construcción del aeródromo Tomás Zerolo, reinaugurado dos años antes. Como vías de comunicación terrestre destacan el antiguo camino vecinal, sin asfaltar, de El Médano a Los Abrigos, la pista que conducía a lo alto de Bocinegro y otras pistas agrícolas. En Montaña Roja se aprecia el sendero que conducía a la cima, donde se distingue un vértice geodésico, que aún subsiste. El complejo dunar, originado a consecuencia de la secular acción del viento, y su importante vegetación psamófila, estaban en esas fechas prácticamente intactos, remontando la rampa basal situada a barlovento de la montaña hasta alcanzar la cota 50, aproximadamente. Como dato curioso conviene resaltar la inexistencia de la depresión semianegada (la ‘mareta’) que hoy conocemos en la trasplaya de Leocadio Machado, próxima a Montaña Roja.

Empero, tal y como ponen de manifiesto las imágenes aéreas de 1977, el paisaje sufrió una rápida alteración en una docena de años. Las actividades agrícolas, aparentemente, experimentaron una reducción en cuanto a superficie ocupada. El abandono de muchas fincas contrasta con la aparición de algunos cultivos bajo invernadero al sur de La Tejita. La finca de Montaña Roja aparece totalmente abandonada y en fase de recolonización por las arenas y la correspondiente vegetación serial de sustitución. En dicho año 1977, El Médano no parece haber sufrido un crecimiento urbanístico sensible en relación a 1964. Sin embargo, sí se aprecia un importante incremento de las comunicaciones, destacando en este sentido el avanzado estado de construcción del Aeropuerto del Sur (que se inauguraría al año siguiente) y la carretera asfaltada de El Médano a Los Abrigos. Asimismo, puede verse una incipiente red de pistas dentro del actual Espacio Natural Protegido y los viarios correspondientes a una urbanización en el extremo occidental de La Tejita. Pero, sin duda, la afección más grave al paisaje vegetal y a la integridad geomorfoló­gica de una parte importante de este Espacio se produjo por la explotación, a gran escala, de los potentes suelos arenosos de la base nordeste y este de Montaña Roja. En efecto, entre 1964 y 1977 se extrajeron ingentes cantidades de arena con destino, indudablemente, al sector de la construcción, tanto de obras públicas (p. ej. el Aeropuerto “Reina Sofía”) como privadas, dejando sobre este territorio una huella difícil de borrar, que se extiende desde la misma Playa de Leocadio Machado, en su extremo cercano a la Punta Baja de La Arena, hasta el límite oriental de la finca de Montaña Roja. Como resultado de esta actividad el sistema de arenas de la falda de la montaña fue arrasado, además de originarse una gran depresión en la trasplaya del Médano que, al quedar por debajo del nivel medio de las mareas, está parcialmente encharcada. Esta mareta artificial juega no obstante, a partir de entonces, un importante papel como hábitat de numerosas especies de aves. Por otra parte, el área de máximo aprovechamiento de áridos fue utilizada, posteriormen­te, como gran vertedero de toda suerte de residuos sólidos, aumentando así la degradación de este lugar.

En las imágenes fotográficas de 1982 ya se observa una serie de nuevas estructuras alrededor del futuro Espacio Natural Protegido, destacando entre ellas las edificaciones pertenecientes a la urbanización La Tejita. A ambos lados de la carretera a Los Abrigos seguían en producción las fincas de tomates, que se extendían hasta la parte alta de la Playa de La Tejita. De igual forma, proliferaban los escombros y pistas al pie de Montaña Roja. El sendero de subida hasta su coronamiento tenía al parecer un uso regular, pues quedaba bastante marcado y presentaba algunas variantes en el tramo inferior. Aparentemente, había una cierta recuperación de la vegetación en las dunas de la playa de Leocadio Machado, a pesar de que ésta era muy frecuentada por bañistas y por decenas de practicantes de windsurfing. También se observa un aumento de la densidad del matorral de sustitución que ocupaba la antigua finca al pie de la montaña. El viejo aeródromo seguía teniendo cierto uso, ya que puede detectarse una avioneta en el extremo occidental de la pista.

Por su parte, las imágenes de 1987 muestran ya el funcionamiento del Aeropuerto Reina Sofía, la consolidación de la trama urbana de El Médano (que posteriormente ha experimenta­do un vertiginoso crecimien­to), la terminación de la urbanización La Tejita, el abandono definitivo del cultivo de tomates dentro de la actual Reserva Natural, el incremento de la circulación de vehículos tanto por pistas como campo a través, el aumento del uso de las playas, el aparente desuso del aeródromo, etc. El matorral de sustitución proseguía su lento proceso de colonización de los terrenos correspondientes a extracciones de áridos, escombreras y finca situada al pie de la montaña. Por el contrario, el retroceso de la pequeña población de cardones había llegado al extremo de que apenas sobrevivía media docena de individuos.

El lugar, como puede comprobarse, ha sido usado desde hace mucho tiempo para el ocio, si bien es con la mejora de las comunicaciones y el incremento de la demanda de tiempo libre y recreo, paralelamente a la expansión turística, cuando ha comenzado a producirse una utilización masiva de esta Reserva. Sus playas, especialmen­te la de La Tejita, son frecuentadas por bañistas y campistas. A barlovento, en la Playa de Leocadio Machado se practica con asiduidad, además del tradicional baño, el windsurfing, deporte que encuentra en esta localidad inmejorables condiciones para su desarrollo.

La cubierta vegetal hoy

La secular intervención humana sobre este territorio ha provocado una palpable modificación del medio biofísico y, por ende, la destrucción de ciertos hábitats y la modificación de otros; es decir, una patente degradación y fragmentación de su primitiva cubierta vegetal, en la que sobresalía el tabaibal dulce de Montaña Roja y de Bocinegro, un pequeño cardonal en la falda del volcán, y la comunidad de balancones sobre las dunas que atravesaban el espacio de nordeste a suroeste. Invariablemente se produce una fuerte mezcla de especies pertenecientes a distintas comunidades vegetales, conformando un mosaico complejo y de difícil delimitación. Algunas manchas representan los restos más o menos conservados de la vegetación potencial, en tanto que otras únicamente son formaciones secundarias de sustitución, que en la actualidad dominan sobre las comunidades climácicas; todas ellas se entremezclan frecuentemente entre sí, dada la intensísima actividad antrópica a la que ha sido y está siendo sometido el litoral. Esta circunstancia hace particularmente difícil identificar en el área unidades de vegetación puras.

El gran deterioro ambiental que ha sufrido y sigue sufriendo el espacio está propiciando una constante expansión de las especies más agresivas de las distintas comuni­dades. En este sentido, podemos destacar el elevado protagonismo del aulagar-saladar, cuya capacidad de colonización de los distintos neo-hábitats (borde de carreteras, pistas, escombreras, etc.) es muy llamativa en toda la costa del sur de Tenerife, pues ocupa tanto los ambientes psamófilos como los piroclásticos y los arcillosos, e incluso se ubica en vaguadas y terrenos removidos. No obstante, algunas de las especies psamófilas (rábano marino, balancón, etc.) y halófilas (tomillo de mar, siempreviva de la mar, etc.), que dominaban gran parte del territorio en el pasado, se ven favorecidas por la acción eólica y aerohalina constante en este territorio que determina en gran medida las condiciones ecológicas del sustrato, lo que está favoreciendo una rápida expansión de las comunidades que ellas caracterizan.

Conclusiones

En varias ocasiones, este valioso reducto ha estado a punto de sucumbir frente a diversos proyectos que pretendían desarrollarse en su interior. Por fortuna, largos años de movimiento ecosocial demandando su protección acabaron dando fruto y, finalmente, este ámbito sureño fue declarado Paraje Natural de Interés Nacional por la Ley 12/1987, de 19 de junio, de Declaración de Espacios Naturales de Canarias. Luego, el Parlamento de Canarias aprobó la Ley 12/1994, de 19 de diciembre, de Espacios Naturales de Canarias, por la que se reclasifica al Espacio Natural de Montaña Roja con la categoría de Reserva Natural Especial, que según la referida Ley, corresponde a espacios: “de dimensión moderada, cuyo objeto es la preservación de hábitats singulares, especies concretas, formaciones geológicas o procesos ecológicos naturales de interés especial y en la que no es compatible la ocupación humana ajena a fines científicos, educativos y, excepcionalmente, recreativos, o de carácter tradicional”. En la Ley 12/1994 se fija la superficie de la Reserva Natural Especial de Montaña Roja en 166 hectáreas y se determina que “su finalidad de protección es el hábitat sabulícola y la integridad de su fauna y flora asociada, así como el paisaje y la estructura geomorfológica del cono de Montaña Roja”.

Haciendo un balance de esta aproximación diacrónica al paisaje del territorio que hemos estudiado, podemos constatar la acelerada degradación de éste en el transcurso de los últimos años. La constante presión a que se ve sometido el medio dificulta la recuperación natural de los sistemas ecológicos presentes. Las nuevas vías de comunicación han favorecido la implantación de un estilo de desarrollo que consume vorazmente recursos cada vez más escasos. La actividad humana ha llegado a transformar inclusive la topografía de algunos sectores de esta Reserva debido al apisonamiento del Llano de Roja y a la masiva extracción de áridos, así como al vertido de escombros y los abancalamientos de las fincas agrícolas. Como consecuencia de este proceso, ecosistemas singulares y paisajes de gran belleza van alterándose con rapidez, hasta tal punto que, de seguir el ritmo actual, pueden llegar a perderse en pocas décadas.

Lamentablemente, sigue habiendo hoy quien se empeña en continuar con la vertiginosa transformación de hábitats y paisajes naturales terrestres y marinos de este sector insular. En este sentido, resulta paradigmático el proyecto de construcción de un gran puerto industrial, anejo al actual polígono que se está ejecutando al nordeste de Montaña Pelada. A pesar de que dicha infraestructura portuaria implicaría la destrucción directa de varios kilómetros de un maravilloso litoral y de unos fondos marinos especialmente frágiles y biodiversos, de los que dependen numerosas especies de animales y plantas, así como diversos procesos ecológicos esenciales funcionalmente importantes para el desarrollo sostenible de diversos sectores económicos, quienes persisten en atrincherarse en meros planteamientos economicistas siguen desoyendo las poderosas razones que desaconsejan la realización de un proyecto de incalculables repercusiones negativas sobre el medio natural, la economía y el modelo social de Tenerife. Para los que propugnan el crecimiento sin límites, las infraestructuras están -literalmente- por encima de cualquier otra cosa, sea una especie vegetal única en el planeta, unos ecosistemas de alta biodiversidad y productividad ecológica o unos paisajes de excepcional belleza. Al fin y al cabo, dicen, si tan valiosos son esos elementos naturales lo que hay que hacer es arrancarlos (aunque estuvieran allí desde antes de que llegaran los primeros seres humanos al Archipiélago), y trasplantarlos [sic!] a otro lugar, donde no estorben a los planes desarrollistas que asegurarán el bienestar de nuestra sociedad.

No obstante, un clamor de protesta comienza a oírse en la isla y en Canarias, cada vez más insistente y fuerte, pidiendo que de una vez por todas se pare la locura que amenaza con convertir en un solar triste e inhabitable lo que en su tiempo fuera un auténtico Jardín de las Delicias. ¡Ojalá estemos aún a tiempo de evitar la destrucción absoluta de nuestro hogar y el de nuestros descendientes!


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