Rincones del Atlántico

Confidencial            
                            a Patricio

Al recibir la ofrenda inesperada
de un periódico isleño bien escrito
que ostenta en su portada
el viejo almendro de mi patria, amada
con amor infinito,
he sentido tan fuertes emociones
traducidas en lágrimas sinceras,
cual si tuviera en mi cien corazones
y de todos brotara a borbotones
el líquido raudal de mis quimeras.
Quimeras infantiles
que convertidas por el tiempo en agua,
si antaño dieron rasgos varoniles,
no son ya sino pálidos perfiles,
distantes y borrosos
de los ensueños que la mente fragua
en instantes de veras venturosos.
Mis horas de ventana
no fueron, no, las de la gloria ansiada
que fueron ¡ay¡ las de la vida oscura
entregado al placer de la lectura
debajo del almendro
pues sin saber botánica ni nada
he sido un filodendro
en mi existencia errante y agitada.
Los secretos ignoro que la ciencia
ha descubierto en árboles y flores;
me falta de los sabios la paciencia
que exigen sus labores,
pero nadie me gana en suficiencia
para entender de aromas y colores.
Y cual otros recuerdan de sus viajes
haber visto palacios y museos
con artísticos trajes
o históricos trofeos,
yo conservo nostálgica memoria
de aquellas arboledas sevillanas
que en Marzo y en Abril huelen á gloria,
y de salvajes ceibas antillanas
y de amantes palmeras africanas.
Pero más que las palmas orientales
y más que los naranjos olorosos
y más que las maniguas tropicales
o del norte los pinos resinosos,
me enajena el almendro de mi infancia,
de blanco fruto y plácida fragancia.
Nacimos á la vez; creció frondoso
al pie de mi ventana
el árbol aromoso el almendro feliz de mis querellas;
fuimos en la niñez grandes amigos,
y de nuestra amistad fueron testigos
la fuente más cercana,
los pájaros, las brisas, las estrellas.
Tempestades rugientes
de la vida y la lucha y las pasiones
me trasplantaron de mis dulces lares,
llevándome por climas inclementes
y procelosos mares,
como van por el aire los alciones
envueltos en ciclones.
Y entretanto mi almendro solitario
cada vez más lozano y más florido
en el solar canario,
cuando yo encanecido,
pasadas las alegres ilusiones,
desciendo los postreros escalones
que conducen al reino del olvido…
Mas si llega al almendro abandonado
un eco de mi triste pensamiento,
se hablaran del poeta desterrado
las hojas removidas por el viento…
Yo no sé los almendros los que duran
en este mundo donde todo acaba,
donde todo fenece en breves días;
pero las musas de mi patria auguran
en blandas armonías,
que el que su sombra en la niñez me daba
vivirá mientras haya trovadores
en la tierra sin par de mis amores.

Julio 1900.





Mis Islas

En el piélago inmenso del Atlántico
entre celajes y olas y rompientes
que las arrullan con su eterno cántico
y las bordan de espumas refulgentes,
brotaron como Venus de las ondas
las islas más hermosas del planeta,
coronadas de nieves y de frondas,
acariciadas por la brisa inquieta.
Son mis Siete, mis Islas adoradas,
que no se apartan de la mente mía
ni en las horas de luchas enconadas
ni en plena noche ni a la luz del día,
porque ellas guardan en su santo seno
cenizas que venera mi memoria
y por ellas mi espíritu está lleno
del ideal de Humanidad y Gloria.
No importan la distancia ni el olvido
ni constantes y negros sinsabores
para que piense en Ellas conmovido,
porque son el amor de mis amores.
¡Si a todas horas las estoy mirando!
¡si estoy viendo sus playas y su cielo!
¡si cuando muera, moriré pensando
que Ellas han sido mi mayor anhelo!
Mi anhelo, mi ilusión, mi fantasía
es verlas de verdad, vivir en Ellas
aunque sea no más que un solo día,
contemplando su sol, y sus estrellas;
el sol y las estrellas rutilantes
que doran sus campiñas y sus montes
con los reflejos vivos y constantes
que no tienen en otros horizontes:
ni en la región que ve desvanecidas
las risueñas auroras boreales,
ni en las aguas del trópico encendidas,
ni en las fértiles tierras tropicales;
porque no hay en los ámbitos del mundo
otro cielo más claro y purpurino
cuando surge del mar el sol fecundo,
cuando brilla el lucero vespertino,
cuando alumbran los astros brilladores
o el ígneo corazón del Universo
o la luna de rayos tembladores
el paisaje en colores más diverso:
un suelo pedregoso y calcinado,
volcánicos relieves puntiagudos,
manchas verdes que esmaltan el collado,
ermitas blancas, campanarios mudos;
ya un jardín, una huerta, una espesura,
ya el árido escarpado de un torrente,
acá un laurel de regia vestidura,
allá entre arbustos parladora fuente.
Alternan los marítimos pinares
con altos limoneros olorosos
y los lánguidos verdes platanares
con los castaños por su edad rugosos.
Una vereda en el riscal bravío
se desliza entre zarzas y piteras,
del hondo valle al alto caserío
que domina las cumbres altaneras.
Se descubren las islas adyacentes
desde un peñón escueto y descarnado,
dibujándose azules y atrayentes
a la sombra del Teide coronado;
y las isleñas naves que ligeras,
desplegando sus velas blanquecinas,
son fieles y constantes mensajeras
entre las siete atlánticas ondinas.
Se ve cruzar y trasponer las lomas
al rumor cadencioso de su vuelo,
numerosas bandadas de palomas
que dibujan sus alas en el cielo;
como se ve la nave peregrina
que deja dos estelas en la bruma:
la del vapor, como fugaz neblina,
la de la quilla, como blanca espuma;
y extendiendo la vista por las playas,
se divisa en las puntas más remotas
los escombros de viejas atalayas
donde tienen sus nidos las gaviotas.
¡Cuántas veces miré de aquella altura
el mar de Tenerife, el mar isleño,
que hoy recuerdo con toda su hermosura
y con todo el encanto de un ensueño!
Porque aquella es mi patria idolatrada,
una patria concreta y definida,
y no habrá nunca poderosa espada
que la acorte, la aumente o la divida.
No tiene la frontera artificiosa
que en los tratados fija a las naciones
la diplomacia ruin y cautelosa
o el terrible poder de los cañones;
la suya la marcó Naturaleza,
nunca sujeta a leyes arbitrarias,
desde que canta el mar la gentileza
del espléndido grupo de Canarias.
Islas amadas, adorable cuna
que me otorgó la bienhechora suerte;
¡ya no aspiro a más gloria y más fortuna
que en sus montañas esperar la muerte!



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