Rincones del Atlántico



Santa Úrsula: de lugar de investigaciones
botánicas a paraíso idílico del cemento


FRANCISCO JAVIER LEÓN ÁLVAREZ
AARÓN LEÓN ÁLVAREZ
FOTOS: RINCONES


Santa Úrsula ha representado a lo largo de toda su historia una imagen idílica y romántica de la isla de Tenerife: la antesala del antaño inigualable Valle de La Orotava. Sin embargo, las últimas décadas del siglo XX y los primeros años del XXI han derivado en un punto de inflexión respecto a esa añorada y verde estampa, debido especialmente a su desenfrenado y descontrolado crecimiento urbanístico; la ausencia de una correcta planificación, de sensibilidad para la protección del medio ambiente, así como una deformada idea de progreso, que ha sacrificado el bien social, cultural y medioambiental en favor de los intereses materiales y económicos, han generado una irremediable e irreversible transformación en el uso tradicional del suelo. Entre sus señas de identidad no han tenido cabida imponentes edificios ni tampoco grandes conjuntos arquitectónicos, salvo casos puntuales de haciendas pertenecientes a miembros de las elites locales y foráneas; por el contrario, las tierras roturadas parecían no tener fin y la belleza del paisaje campestre era digna de quedar reflejada en una bucólica acuarela, auténtico patrimonio natural que lo convirtieron sin querer en lugar perenne del norte de Tenerife.

Pero esa imagen se ha roto en mil pedazos, pues en esa dinámica de construcción ni siquiera se ha respetado la preservación de toda la zona costera del municipio, que forma parte del Paisaje Protegido Costa de Acentejo, y en la que crece una rica variedad de flora y fauna autóctonas así como ser un lugar de enorme interés arqueológico, tal y como lo demostró Luis Diego Cuscoy con sus trabajos sobre las cuevas habitadas por los guanches en La Quinta. Los vertidos incontrolados de basura y escombros y las construcciones urbanísticas en los límites mismos donde comienza la zona protegida han derivado en un esperpéntico paisaje de cemento y máquinas que devoran concientemente todos los referentes de su idiosincrasia.

La mayor parte de los viajeros que durante los siglos XVIII y XIX visitó Tenerife, tanto los enfermos que buscaban afanadamente en el Valle de La Orotava el ansiado health resort como los científicos ávidos de conocimientos, dejó constancia de ese rico patrimonio en sus descripciones e investigaciones. Los campos de Santa Úrsula, atravesados por los abruptos barrancos que desembocaban violentamente hacia el mar en los desafiantes acantilados, atlantes imperecederos, formaban un auténtico jardín natural en el que crecían profusamente geranios, heliotropos, rosas y las majestuosas palmeras canarias (Phoenix canariensis) que, según algunas descripciones, abundaban por miles, herencia de un pasado por el que se le llegó a conocer como la “villa de las palmeras o distrito de las palmeras”. El doctor R. Verneau se hizo eco de estos valores del paisaje del norte de Tenerife que sobresalían desde La Matanza de Acentejo hasta la Cuesta de la Villa, donde las palmeras formaban “pequeños bosques”:


[...] A partir de La Matanza la carretera comienza a descender rápidamente. Las montañas vecinas se elevan y forman un abrigo contra los vientos. También se ven reaparecer las palmeras, que forman graciosos y pequeños bosques. En Santa Úrsula, los árboles frutales abundan hasta la pendiente que bordea, al norte, el valle de La Orotava1.

Por su parte, el reverendo Thomas Debray no pudo obviar el sentido religioso de este árbol en relación a su preparación con destino al Domingo de Ramos:


[...] Desayunamos en Santa Úrsula, en el portal de la posada. La iglesia aquí, como en la mayoría de las pocas que habíamos visto, tenía todo el aspecto del estado de decadencia de la iglesia en general. Más tarde entramos en lo que podría ser descrito como la región de las palmeras de Tenerife; muchos de los árboles estaban muy estropeados, ya que las ramas estaban atadas para que el interior de las hojas estuviese pálido para el Domingo de Ramos, siendo utilizadas ese día para adornar las iglesias. Pero contemplando los barrancos vimos bosques de ellas y la especie de conmoción que una vegetación extraña causa en la mente cuando se ve por primera vez, empezó a provocar admiración2.

Muchos otros, como Charles Edwardes u Olivia M. Stone, quedaron igualmente embebidos en el paisaje inconfundible del lugar. Para todos Santa Úrsula era sinónimo de un paisaje enriquecedor y variopinto, con pequeños núcleos de casas salpicando la verde macha que se extendía inmensa en el horizonte. El tortuoso camino de herradura que los llevaba hasta aquel valle era el único obstáculo que se interponía entre ellos y sus sentimientos gratamente aliviados cuando exploraban aquellas tierras cultivadas, aderezadas por el costumbrismo campesino.

A finales del siglo XIX ya contaba con un campo de golf situado en la finca de la marquesa de La Quinta Roja y un club denominado Orotava Golf Club, organizado por el Hotel Taoro del Puerto de la Cruz (Taoro Grand Hotel), pues eran los hoteles los que organizaban sus clubes para la práctica del deporte de sus clientes, a los cuales también iban a jugar los residentes, llegando incluso a participar en encuentros con otros británicos como el Las Palmas Golf Club de Gran Canaria; este último acordó celebrar encuentros anuales entre ambos clubes a partir de 1896, a iniciativa de Mr. R. Blandy y Mr. Hamilton. Su aparición fue la respuesta a una de las tantas demandas de ofertas deportivas solicitadas por la comunidad británica del valle de La Orotava.

Pero si por algo destacó fue por los importantes estudios botánicos que se hicieron en él, sobre todo los llevados a cabo por Alonso de Nava-Grimón y Benítez de Lugo, VI Marqués de Villanueva del Prado, en el último tercio del siglo XVIII -a raíz de la Real Orden de 17 de agosto de 1788 de Carlos III- para averiguar si éste era el lugar idóneo para la ubicación del Jardín de Aclimatación que se preveía construir en Tenerife con el fin de connaturalizar distintas especies exóticas. En su hacienda, situada en el malpaís de San Clemente, llevó un control de los plantíos con semillas de distintas especies comprobando si podían crecer de igual forma que en su países originarios, si bien finalmente descartó esta posible ubicación, ya que, lo mismo que sucedía en La Laguna, donde también llevaba a cabo investigaciones botánicas paralelas, ambos tenían un clima más frío que el del puerto de La Orotava, donde los resultados fueron más fructíferos y donde finalmente se construyó dicho jardín. A través de la correspondencia que mantuvo asiduamente con el lagunero Antonio Porlier y Sopranis, que en 1787 era ministro de Gracia y Justicia, sabemos del fracaso del plantío que creó en La Laguna y en 1788 las investigaciones demostraban que era mejor establecerlo en Santa Úrsula, porque [...] goza de un buen temperamento por estar cerca de la costa, y en donde se tiene la experiencia de haber prevalecido ya algunos árboles de América. Aquí he hecho otro plantío igual al que dejé en La Laguna, y luego pienso pasar a otros dos parajes a propósito, en que practicaré la misma operación, bien que el plantío principal, y a cuyo cuidado asistiré yo continuamente, lo estableceré muy en breve, entre la Villa de La Orotava y su Puerto. Con el fin de evitar cualquier tipo de precauciones artificiales para proteger las plantas que debían connaturalizarse, era partidario de dejar los tiestos donde había plantado las semillas al aire libre; este sistema de investigación fue un fracaso en el plantío de La Laguna, caso contrario que en Santa Úrsula, donde su clima más benigno permitió que brotasen al poco tiempo de sembrarse las semillas de [...] tagaré y de chembé de la costa de Coromandel y un tallito del árbol llamado tíndalo, pero éste comienza ya a desmerecer conocidamente, las de chembé que son en gran número se conservan bastante bien, y de las de tagaré sólo permanecen dos plantitas que se aumentan considerablemente entre una mayor porción de éstas que se perdieron a pocos días de nacidas; sin embargo, de que instruido por el ejemplar de La Laguna he tomado aquí la sencilla precaución de resguardar los tiestos en paraje abrigado por las noches, y aún durante el día cuando el tiempo está muy riguroso.


El interés que mostraba hacia las investigaciones que estaba realizando en Santa Úrsula le llevó a pasar gran parte de su tiempo en la hacienda referida, hasta el punto que él mismo le manifestaba a Antonio Porlier que no me he ausentado ni por un solo día de este lugar, para estar siempre a la mira de las pequeñas plantas que necesitan de un cuidado continuo, y proseguiré siempre con la misma vigilancia teniéndome por muy dichoso si acierto con ellas a desempeñar la comisión con que me ha honrado el Rey. Un año después remitía otra carta en relación a los progresos que se estaban dando en los tiestos del plantío del año anterior, donde, si bien su germinación se había producido sin ningún tipo de contratiempo, en lo que respecta al crecimiento, era inferior a como sería en su tierra de origen.

Más de doscientos años después de estas investigaciones botánicas, en el mismo lugar donde el Marqués de Villanueva del Prado centrara sus esfuerzos en lograr los objetivos trazados para la creación de un jardín de aclimatación, sólo subsisten como testigos mudos su hacienda y la ermita de San Clemente, mandada a construir por Tomás de Nava y Grimón, I Marqués de Villanueva del Prado, y concluida aproximadamente en 1683, que acogió durante muchos años el Tríptico de Nava. Tanto la hacienda, cuyo edificio principal ostenta aún en su fachada el escudo desgastado del marquesado, como la ermita permanecen cerradas desde hace décadas y el estado de conservación de ésta como de parte de aquélla es deficiente, lo mismo que el paraje natural en el que se encuentran, hasta el punto de que el Ayuntamiento de Santa Úrsula propuso en diciembre de 2000 que se anulase su calificación de área de interés agrícola y pasara a ser suelo apto para urbanizar.

Los otros estudios botánicos de importancia datan de las primeras décadas del siglo XX de la mano del matrimonio entre Jorge Víctor Pérez Ventoso y Constanza Carnochan Hogdson, que tenían su residencia en La Quinta, donde este afamado médico portuense, aficionado a la botánica, transmitió a su mujer su interés y preocupación por los conocimientos en esta materia. Constanza Carnochan formó parte del Instituto de Estudios Canarios como miembro de número y fue de las diversas personas que, preocupadas por el fomento del estudio e investigaciones de carácter histórico y científico, contribuyó desinteresadamente desde el mismo momento de la fundación del Instituto en diciembre de 1932 con un donativo en metálico. Dentro de las diferentes secciones en que quedó configurado el Instituto al año siguiente, integró como vocal la Sección de Ciencias Naturales, repitiendo en dicha sección en el período 1934-1935; e igualmente como vocal de la Sección Guía Cultural de las Islas, creada en 1934.


La labor botánica que realizó tanto en su finca de la Quinta Roja como en La Orotava era tan elogiable que en la sesión de 29 de junio de 1934 del Instituto de Estudios Canarios dio cuenta de los experimentos que estaba realizando en aquélla, ofreciendo 4.000 cedros que tanto ella como su difunto esposo habían salvado de una extinción segura. El mismo interés ponía porque el jardín de su casa estuviese bien cultivado, de ahí que fuesen renombradas sus hermosas rosas malmaison, tal y como lo expresó Osbert Ward en 1903 a su paso por Santa Úrsula, donde a la izquierda de este pueblo se abría un camino que descendía hasta un promontorio verde donde comenzaba una avenida de eucaliptos que conducía al viajero a La Quinta de Santa Úrsula, una de las residencias de la Marquesa de La Quinta. Este jardín formaba parte de la casa de estilo victoriano en la que vivió el matrimonio y hasta tal punto llegaba esta fama que muchas de las que allí cultivaba fueron utilizadas en diversas ocasiones como elementos decorativos de eventos de carácter religioso celebrados en el municipio, como fue, por ejemplo, la celebración del domingo de Pascua de Resurrección en abril de 1938, donde para los cultos de dicho día se engalanó la iglesia parroquial con flores que ella regaló a las falangistas para el adorno del templo. No olvidemos tampoco que el propio entorno de La Quinta destacaba por la profusión de la flora autóctona, cuidadosamente protegida, y en la que crecían, entre otros, tanto la palmera canaria como los dragos y los enebros, lo mismo que otras especies introducidas en la isla como el eucalipto o la acacia australiana.

Además de traducir al inglés varios artículos de botánica de su marido (A selection of botanical and other papers, 1925), escribió un folleto de carácter divulgativo (Teneriffe and some of its attraction. Taylor and Francis. London, 1927), con el fin de dar a conocer a la sociedad inglesa la historia de Tenerife, pero sobre todo de resaltar la profusión de la vegetación en las distintas zonas de la isla. No solamente contribuyó a fomentar y difundir la flora isleña con sus frecuentes viajes a Inglaterra, sino que lo hizo fundamentalmente a través de su permanente campaña de reforestación, sobre todo del cedro (Juniperus cedrus) en Las Cañadas del Teide, pues creía que las zonas altas eran las más adecuadas para plantar este árbol.

Esta preocupación le llevó a fundar en 1938 el Patronato para el Fomento del Arbolado en Las Cañadas del Teide, que tenía establecido un vivero en los antiguos jardines del Hotel Victoria de La Orotava, situado en la Calle León frente a la Hijuela del Botánico, y cuyo fin era convertir Las Cañadas en un inmenso bosque. El Patronato contaba con unos 400 asociados, siendo el presidente honorario el gobernador civil de la provincia, Vicente Sergio Orbaneja, correspondiendo la presidencia efectiva a Constanza Carnochan. Profundamente concienciada por la conservación del medio natural, contribuyó a la repoblación forestal que promovía la administración de la época, como así lo demuestra el ofrecimiento de nuevos árboles para plantar que realizó a todas aquellas personas de la sociedad isleña que quisieran colaborar en este proyecto, y continuamente exhortaba para que cualquier persona interesadvisitara el vivero los domingos en horario de once a doce y media de la mañana. El Patronato contaba con unas 31.900 plantas, que se dividían del siguiente modo: 14.000 pinos canarios en canutos de caña, 4.000 pinos en macetas y cestos, 12.000 cedros en canutos, 60 en macetas, 1.000 laureles y barbuzanos en macetas, 400 cipreses de Monterrey en macetas, 400 Pinus radiata en macetas y cestos y 40 castaños de la India en macetas, sembrándose además semillas de Pinus laricio. Hay que tener en cuenta que estas cifras se referían exclusivamente al primer año de funcionamiento de este organismo y que posteriormente irían en aumento al intensificarse el esfuerzo repoblador del mismo. Aún así, los datos disponibles avalaban la importante labor realizada en estos primeros momentos, pues se superaron las 5.000 plantaciones, algo a lo que contribuyeron enormemente las agrupaciones falangistas de Santa Úrsula y de La Orotava, varios jornaleros sin identificar, así como Domingo Pérez, Casa Yeoward, Elisa González viuda de Machado, Enrique Ascanio, Jesús R. Franco, Casiano García, Catalina Monteverde viuda de Ascanio, señores Reimers, Manuel Cruz y Antonio Topham, que, entre otras cosas, facilitaron los camiones y materiales necesarios.


Bajo la sombra de un futuro incierto sobreviven hoy en Santa Úrsula algunos de aquellos árboles, especialmente eucaliptos y palmeras canarias, al amparo de una gran cantidad de edificios que han transformado por completo el paisaje del lugar y en especial el de La Quinta. Mientras la memoria colectiva se diluye irremediablemente y la codicia e intereses económicos se apoderan de nuestra identidad, los restos de nuestro pasado no son más que edificios ruinosos acompañados de algunos nombres ilustres en las calles del municipio. Santa Úrsula fue lugar de experimentos botánicos, de olor a tierra recién arada y sacrificio campesino, de paisajes imposibles de soñar, para acabar convirtiéndose desde finales del siglo XX en un árbol sin raíces en el que sus hojas son amargas espinas.

Notas
1.- VERNEAU, R.: Cinco años de estancia en las Islas Canarias. José A. Delgado Luis. Tenerife, 1981, p. 213.
2.- DEBRAY, Thomas: Notas de una residencia en las Islas Canarias, ilustrativas del estado de la religión en ese país. José A. Delgado Luis. La Laguna, 1992, p. 36.


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