Rincones del Atlántico

Desde la Isla de Lobos
Del vivir de los aislados

Yo tengo para los campesinos de Fuerteventura una intensa compasión, una gran compasión sincera, que me hace compartir sus penas y sus alegrías.

Estos pescadores son sus portavoces. Por ellos sé cómo va la siembra, si el año se presenta bueno o malo y si el agua que cayó tal día se perdió estérilmente contra los beriles de la costa, que la arrojaron al mar, o cayó fecundamente sobre los surcos abiertos a golpes de azada o formados lentamente por el arado primitivo y rudo, arrastrado raras veces por la pareja de bueyes y casi siempre por el corcovado camello, amarillento y triste como el paisaje...

Cuenta mi compañero, que hace cincuenta años que vino a estas tierras, que en sus mocedades los viejos de esta antigua «Erbania o Planaria» recordaban los abundantes herbazales que cubrían los valles, tan tupidos y crecidos que las reses desaparecían entre ellos como absorbidas por la verde espesura...

En Tostón hay una llanura que era como un tallar impenetrable de tabaibas y es hoy una gran calva yerma, donde los pies se hunden en la arena, y sólo asoman, entre pedruscos y de tarde en tarde, algunos troncos secos y podridos.

Este mismo islote de Lobos lo conoció mi compañero hace treinta años, todo él verde, tierra de pastos, alta la hierba al pie del faro, donde las cabras saltaban y pacían, con pedazos de terreno que labrados dieron granos en abundancia, con charcos abundantes en invierno, y sin que en los aljibes jamás faltara el agua. ¡Hoy!... ya he explicado en otro artículo la sed de la tierra y la sed de los animales en el islote.

El sol ha ido poco a poco robando a la tierra su potencia creadora. Los chubascos, flojos y siempre acompañados de viento, no han podido luchar contra el sol. Y las aguas, apenas caídas, han sido absorbidas otra vez por los rayos solares, sin que llegaran a penetrar en el subsuelo, sin que pudiera esponjarse la tierra, ávida de agua, sedienta, toda ella grietas, como labios de calenturiento, toda ella amarilla, seca y árida, donde la semilla se quema como en un horno.

Y estos campesinos siembran todos los años. Estos campesinos, que sin conocer las matemáticas calculan con seguridad los resultados de la siembra; estos campesinos, que saben que si el año es bueno cogerán escasamente para cubrir sus necesidades puesto que todo, comida del año, vestido, renta, contribuciones, debe salir de allí, y que si el año es malo como lo son ahora casi todos, perderán hasta lo sembrado; estos campesinos siguen un año tras otro sembrando su terreno, arándolo, cuidándolo... ¿Qué esperan estos hombres? ¿Qué poder más fuerte que la evidencia, más fuerte que su mismo golpe de vista seguro, les hace a guardar no sé qué?

Es el amor a la tierra, a la tierra que fue antaño generosa, a esta pobre tierra de Fuerteventura, seca, amarilla y árida como una madre anciana, ya estéril, y que debió de ser muy fecunda, muy brava, muy fuerte, cuando puso en el alma de sus hijos tanta fortaleza para luchar contra la adversidad.

José Rial
Año I, nº5, 15 de agosto de 1916


La Arboricultura en Canarias

La arboricultura, que en otros países constituye una importante fuente de riqueza, está casi por completo abandonada en Canarias.

Para fomentar el cultivo y aprovechamiento de los árboles frutales, creemos conveniente que, en la Granja Agrícola -dirigida por el entusiasta inteligente y laborioso ingeniero, señor Gódìnez- y en los viveros municipales, se dediquen algunas parcelas a la multiplicación e injerto de las especies más adecuadas al país, y distribuir los arbolitos, cuando estén en condiciones de trasplante, gratuitamente o por un precio módico, a los agricultores que los pidan y ofrezcan garantías de atenderlos. Como complemento de lo expuesto, juzgamos también de gran conveniencia la creación de cátedras ambulantes, a cargo de personal competente y provistas del material necesario para enseñar prácticamente, a los labradores de los principales centros agrícolas, los cuidados que requieren a su llegada los árboles traídos de los viveros, el sistema adecuado de plantación, la manera de hacer la poda y de suprimir el exceso de frutos y el modo de prevenir, atacar y destruir los parásitos vegetales y animales, que tantos daños causan anualmente a los agricultores.

Expuestas las indicaciones anteriores, pasemos a estudiar el almendro, que es un árbol hermoso, rústico y productivo.

Su cultivo. El almendro (amigdalus communis, L.) puede cultivarse en nuestras islas en una zona comprendida entre los 100 o 150 metros sobre el nivel del mar y la altura del monte verde. A menor altitud que el límite inferior señalado, los vientos del mar dañan mucho al almendro, y el excesivo calor de la costa hace que esté siempre en vegetación, a expensas de la fructificación. En alturas mayores que el límite superior, las brumas impiden la buena fecundación de la flor.

Variedades. Las 30 variedades del árbol que estudiamos se dividen, por razón del fruto, en dos grupos: almendros amargos (que son los más vigorosos y resistentes a las enfermedades y a la sequía, por lo que deben siempre ser preferidos para patrones) y almendros dulces. Estos últimos se subdividen en otros dos grupos: almendros de cáscara dura (que son los más cultivados, por ser sus frutos los mejores para la exportación) y almendros de cáscara frágil (mollares), propios para el consumo local. Nos abstenemos de reseñar las variedades, porque pueden verse en los catálogos de los establecimientos de horticultura de la Península.

Multiplicación. El almendro puede cultivarse en todos los terrenos de secano o de regadío, sobre todo en los sueltos, cascajosos y calizos. No le convienen los arcillosos muy compactos, ni los húmedos o pantanosos. En los suelos excesivamente humíferos y fértiles, produce mucho ramaje y poco fruto. En los secos y pedregosos, es preciso regarle los primeros años.

El almendro se propaga por semilla y por injerto. Las semillas deben hacerse germinar antes de colocarlas en los semilleros o en los cestos o macetas. Para ello, en el otoño, se ponen en un saco fuerte y se sumergen en agua uno o dos días. Hecho esto, en una pequeña zanja, que tenga recubierto el fondo y los costados de hojas secas o paja, se colocan las semillas, encima hojas o paja, y se cubre con 10 centímetros de tierra. Al mes, próximamente, debe verse si las semillas han germinado, y tan pronto como lo hayan hecho, se llevan al semillero, o, lo que es mejor, a macetas o cestos. Debe vigilarse con cuidado la germinación, pues de un día a otro se abre la cáscara.

Semilleros. Preparado el terreno, se abren surcos de 15 centímetros de ancho y 9 de profundidad, en cuyo Fondo se ponen las semillas a tres centímetros de distancia unas de otras, y se cubren con la tierra de otro surco abierto a 20 centímetros, y así sucesivamente. El semillero se tiene limpio de yerbas y se le riega cuando sea necesario.

Plantación definitiva. Durante el verano, para que se meteorice la tierra, se abren los hoyos, al tresbolillo, si es posible distanciados de 7 a 10 metros, según sean la zona y la tierra, y se les da una profundidad mínima de 50 centímetros.

En otoño, cuando las lluvias han beneficiado la tierra y los arbolitos han perdido la hoja, se arrancan los pequeños almendros del semillero con mucho cuidado para que conserven íntegras sus raíces, cubriéndolas con musgo y sacos viejos mojados para evitar su desecación, lo que puede ocasionar la muerte de arbolito, o, por lo menos, retrasar su futuro desarrollo.

Cuando los árboles proceden de otros países, se les corta las raíces que estén en mal estado, hasta la parte sana, con cuchillo o podón bien afilado, se les pone media hora en agua y, por último, se entierran, cubriendo bien sus raíces, y se riegan con frecuencia, hasta que la corteza indique, por su buen aspecto, que los árboles están ya en condiciones de plantarse. Si llegaron muy arrugados, es preferible enterrarlos totalmente, raíz y tallo, y tenerlos así varios días.

Para hacer la plantación se coloca en el fondo del hoyo una mezcla de tierra y abonos orgánicos fermentados.

De esta mezcla se va echando la cantidad necesaria para que al terminar de llenar el hoyo el almendro no quede más enterrado que lo que estaba en el semillero. Sobre dicha mezcla se deposita el arbolito, teniendo mucho cuidado de extender bien sus raíces en todos sentidos, y se va echando tierra firme, que no tenga abonos, hasta cubrir el hoyo, dejando una poceta, que se llena de agua, o, si esto no es posible, de estiércol sin fermentar, pajullo, hojas secas, trozos cortados de tuneras, zahorra, etc. El almendro se poda a 15 centímetros de alto, si no está injertado, y a la misma altura sobre el injerto si lo estuviese.

De los brotes, procedentes del patrón, que emita durante el verano se conservan los dos más vigorosos para hacer el injerto en ellos al año siguiente.

Injerto del almendro. EI injerto es indispensable aun en el caso en que se hayan sembrado almendras dulces, porque acelera y regulariza la fructificación. Debe preferirse el de escudete, llamado en el país "de rosal" que no describo por ser conocido de todos. Puede hacerse a ojo dormido o despierto. Los mejores resultados los he obtenido yo injertando en secano abril a junio. A los 15 o 20 días se conoce ya si ha prendido el injerto. Cuando esto suceda, se quita con cuidado la ligadura, que generalmente es rafia, y se corta el tallo que recibió el injerto a 15 centímetros de éste. Al poco tiempo salen del patrón brotes vigorosos, que se pellizcan a dos tres hojas del punto de nascencia y cuando el injerto tenga 25 centímetros de longitud, se suprimen por innecesarios. Si los árboles son de tallo alto para paseos, se conservan los brotes del patrón pellizcándolos en la forma dicha para que concentren la sabia en tronco, y se cortan cuando éste adquiere el grueso necesario. En la poda de invierno, la parte dejada encima del injerto se corta rente a él.

En el caso de que se pierda el injerto puede reinjertarse en la misma forma. El injerto de púa no debe emplearse, porque la madera del almendro es muy dura y de mala cicatrización. En lo sucesivo, conviene dar dos labores anuales al terreno, para destruir las malas yerbas y enterrar al pie de cada árbol abonos vegetales, que, además de alimentarle, sirven para mantener tierra esponjada, facilitando la penetración de las aguas pluviales.

Poda. La poda se reduce a suprimir los brotes del patrón, la madera seca, los chupones y las ramas verticales, que son poco fructíferas y dificultan que la luz y el aire penetren en el interior de la copa del árbol.

Un almendro viejo se rejuvenece podando en otoño las ramas a 60 centímetros del tronco y estercolando el terreno.

Enfermedades. Los insectos perjudican poco al almendro, excepto los pulgones negros o verdes, que son de fácil destrucción. Las enfermedades criptogámicas, en general, atacan las hojas y los frutos y se combaten con el caldo bordelés u otros remedios similares, dando grandes resultados el polisulfuro de calcio. La enfermedad más grave del almendro es la goma. Para curarla se hacen en el tronco y ramas principales unos cortes longitudinales, que a manera de sangría, dejan escapar abundante cantidad de savia, y las partes enfermas se raspan, hasta lo sano, se lavan con vinagre fuerte u otro ácido y se recubren las heridas con ungüento de injertar u otra pasta desinfectante e impermeable.

Producción. EI tiempo que tarda el almendro en comenzar a producir depende de la calidad, altitud y exposición de las tierras, riegos, abonos y variedades injertadas. Mi plantación, hecha en las peores condiciones de exposición y calidad de las tierras, empezó a fructificar al cuarto año. En los primeros años proporcioné a cada árbol, en dos veces y por año, 80 litros de agua.

En los primeros años de plantación, no estropeando las raíces, se pueden asociar otros cultivos. A los diez años produce el almendro, por término medio dos kilos de almendras descascaradas, llegando pronto a seis kilos. Las cáscaras de las almendras quemadas dan una ceniza muy rica en potasa, y hervidas, un calmante de la tos.

Conclusión. El almendro es poco exigente en humedad y en calidad de tierras, de fácil cultivo, de fructificación rápida, poco propenso a enfermedades y muy productivo. Además, las almendras pueden conservarse mucho tiempo en espera de los mejores precios del mercado. Por último, el almendro es un árbol hermoso, que embellece el paisaje, permite albergar numerosos pájaros (que destruyen miríadas de insectos) y cuando ya está inútil para dar frutos, proporciona excelente leña para la calefacción.

Plantad almendros y crearéis una riqueza, como existe hoy en California, Francia, Italia y en algunas provincias españolas. No olvidéis que el almendro, que tan poco pide, es el más productivo de los árboles frutales.

Juan Bolinaga Año II, nº2, 5 de julio de 1918



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