Rincones del Atlántico



El pino canario

Lázaro Sánchez - Pinto
Conservador de Botánica del Museo de la Naturaleza y el Hombre de Santa Cruz de Tenerife
Fotos: Sergio Socorro - Rincones - Carlos M. Anglés


El pino canario (Pinus canariensis) es el árbol más abundante de nuestro archipiélago. Más de la mitad de todos los árboles que actualmente crecen en las islas, tanto nativos como introducidos, pertenecen a esta especie endémica de Canarias. Hay grandes bosques de pino canario en las cumbres de Tenerife, La Palma, El Hierro y Gran Canaria. En La Gomera su presencia es puntual, y los ejemplares que crecen en Lanzarote y Fuerteventura son todos cultivados. Los pinares, incluyendo los de repoblación, cubren actualmente unas 70.000 hectáreas, casi el 60 % de toda la superficie forestal de Canarias (120.000 hectáreas)1.
Es una especie de origen muy antiguo, de la que se han encontrado fósiles en yacimientos del Terciario de la cuenca mediterránea2. desde España hasta Turquía3. Probablemente fue una de las primeras plantas que colonizaron el archipiélago canario. Sus ancestros continentales se extinguieron a finales del Mioceno, hace más de cinco millones de años, debido a los drásticos cambios climáticos acaecidos en ese período geológico. En Canarias, sin embargo, logró sobrevivir hasta la actualidad, gracias a la variada topografía y a la estabilidad climática de nuestras islas. Después de millones de años de aislamiento, el pino canario ha vuelto a ampliar sus horizontes. Hoy en día se cultiva como especie ornamental en muchos países de todo el mundo. En algunos se emplea en repoblaciones forestales y para la producción de madera, sobre todo en Italia, Marruecos, Israel, Sudáfrica, Australia y Estados Unidos4. Hace más de medio siglo se introdujo en Sudáfrica y Australia con tanto éxito que al cabo de unos años ya se había asilvestrado5. Actualmente está en plena expansión natural por algunas regiones semiáridas de esos países del hemisferio Sur, seguramente porque allí ha encontrado las condiciones ideales para su desarrollo. Como prevención, las autoridades forestales sudafricanas y australianas lo han incluido en sus respectivos catálogos de plantas invasoras y agresivas, a las que es necesario controlar6. En Hawai también se ha asilvestrado, pero todavía no constituye una amenaza para la flora nativa de ese archipiélago volcánico aunque ya aparece en la lista oficial de especies consideradas potencialmente peligrosas por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos7.

Aspectos generales
Como la mayoría de las coníferas, el pino canario posee un extraordinario sistema radicular, con una raíz principal pivotante muy robusta y otras secundarias que se extienden vigorosamente en diferentes direcciones en busca de agua y nutrientes. Ellas lo sujetan con firmeza al sustrato y permiten su desarrollo en todo tipo de suelos, incluyendo los malpaíses de origen volcánico reciente.

Los pinos jóvenes crecen con rapidez, y en pocas décadas alcanzan 10 o más metros de altura, adquiriendo un porte piramidal. A medida que pasan los años, la corteza del tronco se hace más gruesa, superponiéndose una capa tras otra, a la vez que se cuartea en placas regulares de tonalidades grisáceas y rojizas. Gracias a esa corteza laminada, de hasta 8 cm de grosor, los pinos adultos son capaces de resistir incendios forestales moderados, volviendo a rebrotar incluso cuando han perdido todas sus hojas y ramas.

Sus hojas o acículas son finas y largas, de hasta 30 cm, y están unidas de tres en tres por la base, formando grandes manojos en el extremo de las ramas más jóvenes. Es un árbol monoico, con las flores masculinas y las femeninas situadas en el mismo ejemplar. En primavera, las flores masculinas expulsan a la atmósfera grandes cantidades de un polvo amarillo, el polen, al que son alérgicas muchas personas. Las inflorescencias femeninas son piñas de color verde cuando jóvenes, tornándose marrones con el paso del tiempo. Una vez fecundadas por el polen, tardan unos dos años en madurar. Cuando se completa su desarrollo, las piñas se abren y dejan libres los piñones (semillas), cada uno de los cuales está provisto de un apéndice alar que le sirve para ser transportado a grandes distancias por el viento.

Los pinos adultos pueden alcanzar los 30 m de altura, aunque algunos superan los 50 m. Los ejemplares viejos, muchos de ellos varias veces centenarios, presentan formas caprichosas, cada uno según su propia historia. Su copa suele ser aparasolada, ya que el tronco apenas crece en altura cuando sobrepasa el centenar de años, pero no así las ramas, que siguen creciendo por los lados.

La madera del pino canario muestra un marcado contraste entre la albura, o parte exterior, y el duramen, o parte interior. La primera es blanda y de color blanco-amarillento; la interior, llamada tea, es muy resinosa y de color rojo acaramelado. La tea es prácticamente incorruptible, y siempre ha sido muy apreciada en construcción, tanto de interiores (vigas, techumbre, escaleras, suelos) como de exteriores (canales de agua, balcones, contraventanas, terrazas). Los pinos de las zonas altas, secas y frías, presentan mayor volumen de tea que los de las zonas inferiores, más cálidas y húmedas. Antaño las cumbres isleñas estaban pobladas por pinos gigantescos, pero casi todos fueron talados a raíz de la conquista, precisamente por las magníficas cualidades de la tea. Es fama que con la madera de un solo pino se cubrió la primitiva iglesia de Los Remedios, la actual catedral de La Laguna, de 20 m de largo por 12 m de ancho, y con la de otro se fabricó toda la celda provincial del convento de San Francisco, en La Orotava8.

Historia botánica
La información más antigua conocida sobre el pino canario se remonta al siglo I d.C., y se debe al naturalista romano Plinio El Viejo9. En su relato sobre la famosa expedición enviada por Juba II a las legendarias “Islas Afortunadas”, Plinio menciona la abundancia de piñones de pino (nuce pinea abundare) en la isla que él llama “Canaria”, un dato muy interesante para futuras expediciones, ya que se trataba de un alimento natural disponible en grandes cantidades. Pero al desaparecer el Imperio Romano Occidental en el siglo V d.C., las Canarias cayeron en el olvido, y apenas se supo de ellas hasta que se redescubrieron un milenio más tarde.

A partir del siglo XV, las noticias sobre Canarias y sus pinos son mucho más precisas. Según Le Canarien10. la crónica de la conquista normanda de principios de ese siglo, las montañas de las islas más altas estaban cubiertas por grandes bosques de pino, algunos “tan gruesos y altos que maravilla”. En 1464, mucho antes de que Tenerife fuese conquistada, Diego de Herrera, Señor de Lanzarote y Fuerteventura, estableció un pacto con los menceyes guanches que le permitió sacar madera y pez de los pinares que, por aquel entonces, se extendían por el Sur hasta los alrededores del actual casco urbano de Santa Cruz11. Según la tradición, algunas antiguas construcciones de las islas orientales aún conservan en su estructura tablones de tea procedentes de pinos tinerfeños de aquella época. La pez o brea era una mezcla de resina y cenizas que se obtenía quemando troncos de pino tea en unos hornos de piedra construidos en medio de los pinares. Esta especie de alquitrán, que en Europa se extraía de otras coníferas, se había utilizado desde tiempos remotos en el calafateo de embarcaciones de madera, esto es, para impermeabilizar el casco y sellar las junturas del armazón. Fue un producto imprescindible en la navegación hasta bien entrado el siglo XIX, cuando comenzó la fabricación en serie de barcos de casco metálico. En Canarias, la explotación de la pez fue una de las principales causas de la destrucción de los pinares naturales. Refiriéndose a La Palma, el portugués Gaspar Frutuoso12 escribía a finales del siglo XVI que un horno podía producir hasta 100 quintales de pez, “y a veces arden cinco o seis hornos juntos”. El rendimiento de estos hornos, algunos de los cuales aún se conservan en buen estado, era muy bajo, ya que apenas llegaba al 10 %. Para obtener un kilo de pez era necesario quemar más de 10 kilos de tea. Se estima que, sólo en Tenerife, la producción de pez entre los siglos XVI y XVIII rondaba los 30.000 quintales al año, lo que significa que unas 150.000 toneladas de tea desaparecían anualmente13. Sin duda, fue un gran negocio para algunos, pero un auténtico desastre para los pinares canarios.



Como se comentó anteriormente, los pinos de las cumbres tienen más tea que los que crecen en las regiones inferiores. Sin embargo, muchos ejemplares de las zonas bajas son ricos en resina y, por el contrario, otros de zonas altas apenas la producen. Esto se debe, entre otras razones, a las condiciones microclimáticas propias de cada lugar, algo que parece lógico dada la variada topografía isleña y que, además, se ha comprobado científicamente14. Como esa diferencia era importante, sobre todo para los comerciantes de tea y para los pegueros, personas dedicadas al negocio de la pez, durante mucho tiempo se creyó que en Canarias existían dos especies diferentes de pino. Uno se conocía como “pino manso”, y era esbelto, de porte piramidal y madera blanda; el otro, llamado “pino tea”, era más bien rechoncho, de porte aparasolado y madera resinosa. El porte, en realidad, apenas servía para distinguirlos, y los leñadores necesitaban “catarlos”, esto es, darles unos cuantos hachazos en el tronco para comprobar si tenían suficiente tea y valía la pena talarlos.

Hasta bien entrado el siglo XIX, esa opinión fue compartida por casi todos los botánicos europeos que visitaron las islas. Algunos pensaron que pertenecían a especies ya conocidas, como el pino negral (Pinus nigra), el silvestre (Pinus sylvestris), el marítimo (Pinus pinaster) o el carrasco (Pinus halepensis)15. Alexander von Humboldt, sin embargo, observó que los pinos canarios eran bastante peculiares. El sabio alemán consultó sus dudas con De Candolle, uno de los grandes botánicos de la época, quien le confirmó que nuestro pino no tenía nada que ver con las especies citadas hasta entonces16. Por otro lado, Humboldt había recomendado al geólogo alemán Leopold von Buch que visitara las Canarias, lo que hizo en 1815 en compañía del botánico noruego Christen Smith. Y fue precisamente Smith quien describió por primera vez el pino canario como nueva especie para la ciencia, dándole la denominación de Pinus canariensis. Ya había fallecido cuando su descripción fue publicada en marzo de 182517. De Candolle, que seguramente tuvo en cuenta la información facilitada por Humboldt, publicó en junio de ese mismo año un artículo donde también daba a conocer el nuevo pino, al que bautizó con idéntico nombre científico18. En realidad, no hubo ningún plagio y ambos botánicos llegaron por diferentes caminos a la misma conclusión. Como las normas del Código Internacional de Taxonomía Vegetal establecen que tiene preferencia la primera descripción publicada, actualmente se le atribuye a Christien Smith la “paternidad” del nombre científico del pino canario.

Pero la duda sobre la existencia en Canarias de dos especies diferentes de pino no quedó zanjada, y el propio Smith incluso planteó esa posibilidad. En cualquier caso, hoy en día se considera que se trata de una sola especie, pero muy variable. Un estudio reciente sugiere que existen hasta cinco tipos diferentes de pino canario según la morfología de las piñas, una de las características taxonómicas básicas para identificar las distintas especies del género Pinus19. Esa variabilidad también está avalada por las modernas investigaciones en genética molecular, que han aportado datos muy interesantes. Por ejemplo, indican que la diversidad genética entre pinos de una misma isla es del 19 %, pero entre diferentes islas es casi nula20. Se ha comprobado que la mayor diversidad genética se encuentra en los pinares del sur de Gran Canaria; sin embargo, las poblaciones puntuales de Garabato, en Vallehermoso (La Gomera), y las del Roque de los Pinos, en Anaga (Tenerife), son prácticamente idénticas desde el punto de vista genético21. Los estudios a nivel molecular también sugieren que los diferentes tipos actuales de pino canario proceden de un solo ancestro continental, y su variabilidad genética debe atribuirse a la historia geológica propia de cada isla, plagada de erupciones volcánicas de enormes proporciones que, durante mucho tiempo, aislaron unas poblaciones de otras.

Morfológicamente, el pino que más re-cuerda al canario es el pino chir (Pinus roxburghii), que se distribuye por las regiones occidentales del Himalaya. Su porte es muy parecido y sus largas acículas también se agrupan de tres en tres, una característica que no presenta ningún otro pino del Viejo Mundo. Hasta hace poco se creía que ambas especies procedían de un ancestro común de amplia distribución euroasiática, que habría desaparecido durante los grandes cambios climáticos a finales del Mioceno22. Sin embargo, los estudios genéticos indican que el pino canario está más emparentado con los actuales pinos mediterráneos (P. halepensis, P. pinea, P. pinaster y P. brutia) que con el pino del Himalaya23. Éste, curiosamente, parece estar más relacionado con los pinos americanos24. Como los resultados de estas investigaciones aún no son concluyentes, el pino canario y el chir se han incluido provisionalmente en el mismo grupo que los pinos mediterráneos (Pinaster)25.

El pino canario en la cultura popular
Es evidente la importancia que tienen los pinares en la conservación del medio natural canario: constituyen las masas forestales más grandes de las islas, condensan el agua de las nubes, retienen el suelo, producen oxígeno, limpian el aire, y dan cobijo y alimento a muchas plantas y animales. Además, es un placer caminar entre árboles “tan gruesos y altos que maravilla”, y muy bueno para la salud física y mental.

De una forma u otra, el pino siempre ha estado presente en la vida cotidiana de los canarios. Antaño les proporcionó leña para cocinar y calentarse, madera para construir casas, iglesias, barcos, muebles, cajas, lagares, canales de agua, carretas, aperos de labranza y muchas más cosas. Con sus palos fabricaron lanzas para defenderse y andar por riscos y barrancos, se alumbraron con haces de tea, curaron algunas enfermedades con su resina, y con la pinocha rellenaron colchones, hicieron estiércol y protegieron las manillas de plátanos para que llegaran en perfectas condiciones a su destino. Antes de la conquista, los antiguos canarios se alimentaron con sus piñones26. y utilizaron la resina, entre otros productos, para momificar a los muertos27. En lengua bereber, la palabra tayda significa pino28. y es posible que algunos topónimos aborígenes, como Teide y Taiga, en Tenerife, o Taidía, en Gran Canaria, hagan referencia a estos árboles.



La importancia del pino canario ha quedado reflejada en numerosas tradiciones históricas, culturales y religiosas. Muchos topónimos están relacionados con el pino y sus productos29. El Pinar, Pinoleris, Pinomocho, Pino Santo, Charco del Pino, Pino de la Virgen, Pinos Altos, Pinos Dulces, Cruz de Tea, Llanos de la Pez, etc. Algunos pinos centenarios son históricos, como el de La Campana, en La Victoria de Acentejo, donde se celebró una misa tras la derrota de los guanches; otros son conocidos por su extraordinario tamaño, como el Pino Gordo de Vilaflor; otros, en fin, deben su fama a cuestiones religiosas, como el Pino Santo de Teror, en cuya copa apareció la imagen de la Virgen del Pino.

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